Por Anika Bauman, Trabajador de acompañamiento de programas y equipo en Bolivia

Blanca Nogales es una agricultora que trabaja en el norte de Cochabamba (Bolivia), donde la ciudad empieza a escalar las laderas de su valle. Desde sus huertos se puede ver la ciudad y las montañas que la rodean. Enclavadas en estas montañas se encuentran las lagunas de donde proviene el agua que fluye hasta su lugar, y que nutre una gran variedad de plantas, entre ellas lechugas, tomates, kale, apios y brócolis. También cría patos y cuyes para diversificar sus ingresos. Blanca se sentó para hablar con nosotros justo después de mostrarnos un armario lleno de frascos con semillas que guarda meticulosamente. Llevaba una polera con tres mariposas rosas y una simple palabra, escrito en inglés: “beautiful.” Habló de cómo ha sido testigo de la violencia contra la mujer desde su infancia hasta la edad adulta, y de la transformación que supuso para ella convertirse en agricultora.

Hasta sus diez años, Blanca Nogales pensó que la violencia contra la mujer no era más que en hecho de la vida. “Había bastante violencia aquí”, cuenta ella, “y yo lo veía normal.”

Esta perspectiva cambió totalmente cuando tenía diez años. Un día, al llegar de jugar fuera, vio cómo su padre pegaba a su madre. En esa época, estaba embarazada de la hermana pequeña de Blanca. “Le quería hacer perder al bebé, parece.”

Después de esta experiencia despertadora, Blanca observó un proceso de transformación en su papá. “Yo pienso que sí, [las personas] pueden cambiar porque mi papá cambio harto.”

En su propia familia, Blanca está rompiendo el ciclo de la violencia. Lleva 18 años casada y cree firmemente en la unidad y la igualdad en el matrimonio, basado en el dialogo y la confianza. Con su esposo, comparten todas las tarreas en el huerto como en la casa. Y algo muy importante en su hogar: “Todos comemos en la mesa.”

Blanca no ha sido siempre agricultora. Antes, tenía un trabajo con un horario tan exigente que en la mañana llevaba a sus hijos durmiendo hacia su mamá y les recogía durmiendo en la noche. Los fines de semana pasaba lavando ropa. Ahora, es una de las mujeres agricultoras apoyados por AGRECOL Andes, una fundación que trabaja más de 21 años promoviendo el desarrollo agroecológico sostenible. Su trabajo como agricultora la ha dado la libertad de trabajar un horario mucho más razonable, pasar más tiempo con sus hijos y aun de salir con su familia de vez en cuando.

Puede parecer poca cosa, pero la capacidad de obtener unos ingresos decentes y mantener a la propia familia puede considerarse parte de la eliminación de la violencia contra las mujeres y algo que, para Blanca y otras mujeres, ayuda a romper el ciclo de la violencia familiar.

También, su conexión con AGRECOL Andes le ha brindado la oportunidad de viajar a otras comunidades y participar en talleres. Ella se ríe contando cómo ahora tantas personas le conocen. “Siempre digo a los de AGRECOL ‘¡Gracias por hacerme famosa!’”

Blanca se siente parte de una sólida red de compañeras agricultoras. Mientras que antes no había espacio en su vida para nada más que el trabajo y la casa, ahora disfruta de profundas y ricas amistades. Entre estas mujeres, no solo comparten prácticas de agricultura sostenible, si no comparten la vida juntas. “Hay más confianza entre mujeres,” comparte, y en este espacio pueden hablarse con honestidad y animarse unas a otras. “A veces cargamos un peso y no sabemos en quien desahogarse.” Entre sus compañeros contaran sus historias y en el proceso se desahogan.  

Desde su perspectiva, la violencia persiste todavía, pero está disminuyendo. “Veo aún pero no tan fuerte como antes.” Cuando se le preguntó si creía que se podía acabar con la violencia contra las mujeres, respondió, “Acabar no creo, pero yo pienso con estas charlas se podría disminuir con tiempo. Yo quisiera que termine toda esa violencia.”