Por: Rebekah York
8 de marzo; un día reconocido internacionalmente como el Día de la Mujer. Un día reservado para reconocer el importante lugar que ocupa la mujer en la sociedad hoy en día y a lo largo de la historia. Un día para conmemorar el modo en que las mujeres han luchado por su derecho a una vida digna, así como para reconocer que aún queda mucho por hacer. Un día en el que algunas pueden respirar hondo, permitiéndose celebrar las victorias aparentemente insignificantes y, al mismo tiempo, volver a encontrar creativamente un espacio para levantar su voz y la de las demás.
En este marco, así como en el marco general del Mes de la Mujer, tres mujeres que trabajan con proyectos apoyados por CCM en toda Latinoamérica se analizan a continuación no sólo para destacar el trabajo que se está realizando, sino también para explorar nuevos y renovados significados de este día.

Karla Vásquez señala la calabaza que crece en el huerto del Centro Educativo Menonita K’ekchi Bezaleel durante la gira de aprendizaje de la Red Canadiense de Incidencia en Guatemala. MCC Photo/Crédito fotográfico: Ken Ogasawara
Karla Vásquez, directora del Programa CASAS (Central American Study and Service)
vive y trabaja en Guatemala. Alojado en el seminario académico Semilla, en Ciudad de
Guatemala, el programa CASAS ofrece “giras de aprendizaje,” así como un lugar para que los
extranjeros vengan a aprender español, proporcionándoles una experiencia de inmersión en la
que puedan conectar con el idioma y poner en práctica sus nuevas habilidades con hablantes
nativos. Desde ofrecer a otros el acceso a un mundo completamente nuevo a través de la
adquisición de una nueva lengua, hasta crear espacios de encuentro con “el otro,” no es de
extrañar que la misión de CASAS sea “construir un mundo más justo y más pacífico” a través de
encuentros transformadores y la construcción de “puentes de entendimiento y de solidaridad.”
Este resumen de su misión y sus visiones pone de relieve los valores fundamentales del
programa: promover la justicia, la paz y la reconciliación.
La capacidad inherente de Karla para reflexionar sobre su trabajo con un lente anabautista
demuestra una profunda reflexión sobre su vocación. Cuando se le pide que se expande, siendo catolicá, Karla recita con asertividad los tres pilares principales del anabautismo de Palmer Becker, sintiéndose especialmente inspirada por el último: “Jesús es el centro de nuestra fe. La comunidad es el centro de nuestra vida y la reconciliación es nuestra tarea,” afirmó, subrayando cómo las giras de aprendizaje que lleva años planificando y dirigiendo sirven para “restablecer la Comunidad” fomentando la empatía, el diálogo y el entendimiento mutuo. Realmente cree que estas experiencias son transformadoras, y señala que a menudo conducen a cambios personales o inspiran a quienes participan a comprometerse más plenamente en iniciativas en favor de la justicia y la equidad.
La pasión y el compromiso de Karla con el aprendizaje continuo y la creación de experiencias
educativas transformadoras para todos los que cruzan la puerta del seminario no están exentos de dificultades. “No me veo como una mujer en el mundo académico,” dice cuando se le pregunta por su experiencia. Admite la cruda “desigualdad que hay entre hombres y mujeres” y el “síndrome del impostor” que siente profundamente casi a diario. A pesar de ocupar una posición de liderazgo, se enfrenta a sentimientos de inadecuación, una lucha en la que reconoce que influyen directamente las normas sociales y un profundo sesgo de género, especialmente fuerte en Latinoamérica. Sin embargo, en medio de estos miedos e incertidumbres que asolan su mente, reconoce con confianza su vocación como facilitadora, centrada en crear conexiones, fomentar el potencial y alentar el crecimiento personal. “Me gusta aprender… y me gusta desarrollar mis habilidades, y eso creo, es lo que me impulsa también cuando creo esas experiencias,” explica.
Ser mujer en espacios académicos o directoras de programas no es fácil. Pero la importancia del 8 de marzo y su conmemoración es un momento para honrar a las mujeres del pasado, que abrieron el camino para que las mujeres fueran reconocidas en espacios que normalmente pertenecen a los hombres, así como a las que lucharon por muchos de los derechos de los que las mujeres disfrutan hoy en día. Al mismo tiempo, sin embargo, este día es un importante llamamiento a la acción: la lucha debe continuar para que las generaciones futuras de mujeres tengan un sitio en la mesa, tanto para mantener como para ampliar el progreso.

Maria de Melo (extrema derecha) habla con otras lideresas del proyecto antes de repartir comida a los niños de La Guajira. MCC Foto/ Crédito fotográfico: Rebekah York
María de Melo, cachaca (originaria de Bogotá, Colombia) vive y sirve en Riohacha, La Guajira,
desde hace más de 30 años. “Soy primeramente cristiana, cristocéntrica cien por ciento,” afirma
con valentía. Nadie puede negar la verdad de esta afirmación, ya que su historia es un firme
testimonio del poder de la fe, la resistencia y el compromiso inquebrantable de una mujer hacia
su comunidad.
Su base de fe ha guiado su viaje de Bogotá a Riohacha, donde se enfrentó casi de inmediato a los
retos de un “mundo muy machista” y una cultura que a menudo subordina a las mujeres. Luchó
durante años para averiguar qué podía hacer en un lugar como Riohacha, una ciudad muy
diferente de Bogotá, donde tenía su red de apoyo, una comunidad de fe inquebrantable y su
familia. Sin embargo, su determinación por encontrar su propósito prevaleció. Aunque su camino no fue nada sencillo e incluyó noches oscuras en las que se preguntaba por qué Dios la había traído a esta tierra extraña y árida, su pasión por ayudar a los demás la llevó a fundar la Casa de los Abuelos, un santuario para ancianos. Incluso cuando se enfrentó a contratiempos, como la retirada inicial del apoyo de la iglesia, el compromiso de María nunca flaqueó. Al contrario, perseveró, y hoy la Casa de los Abuelos no es sólo una iglesia, sino un lugar para ofrecer a los ancianos una experiencia digna al final de la vida. Con los años, ha ampliado sus servicios para incluir la ayuda a los migrantes y a las comunidades Wayuu desplazadas, demostrando su capacidad ilimitada de compasión.
Vivir en una sociedad machista conlleva sus contratiempos y sus luchas. Para María, “[El 8 de marzo] no es el día de la Mujer, el día de la Mujer es todos los días,” haciendo hincapié en el papel integral que la mujer desempeña en la sociedad, no sólo un día, sino todos los días. La mujer es “un complemento, [ejemplificado en] el amor de Dios para llenar la Tierra con su compañía.” Su propia vida es un poderoso ejemplo de ello, ya que sigue empoderando a las generaciones más jóvenes y defendiendo el papel de la mujer en todos los aspectos de la vida. “Las mujeres somos capaces de hacer cosas muy grandes,” afirma, una declaración que resume su extraordinario viaje y su creencia en el potencial de las mujeres.

Deyanira Morales (en el centro, vestido rojo estampado) con otros líderes sociales de México durante un encuentro de socios de CCM en Cuernavaca, MX. MCC Foto/Crédito fotográfico: Daniela Portillo.
Deyanira Clérgia Morales, de la Ciudad de México y radicada en San Cristóbal de las Casas, ha dedicado gran parte de su vida y su trabajo a apoyar a las mujeres en contextos de migración. Actualmente apoya el trabajo de Voces Mesoamericanas en Chiapas atendiendo no sólo los retos económicos que enfrentan las mujeres en estas comunidades sino también propiciando espacios de empoderamiento y reflexión. Deyanira conoce y destaca la importancia de reconocer la fuerza y la resiliencia de estas mujeres, al tiempo que reconoce las desigualdades sistémicas y la violencia a la que se enfrentan. Este enfoque está arraigado en un profundo compromiso con los derechos humanos y la dignidad, con el objetivo de contrarrestar la “lógica colonial muy fuerte en Chiapas” que a menudo disminuye la autoestima y la agencia de las comunidades indígenas.
Un elemento central de la metodología y la pedagogía de Deyanira es el concepto de ternura y cuidado. Esto es evidente en el enfoque de Voces Mesoamericanas, que va más allá de los talleres tradicionales para abarcar la propia forma en que la organización interactúa con las personas y las comunidades. Deyanira destaca que “lo pedagógico es hasta la forma en que nosotras nos tratamos, la forma en que nos cuidamos,” haciendo hincapié en que el cuidado está entretejido en el tejido de su trabajo. Centrar su trabajo en el cuidado y la atención al otro también se manifiesta en la creación de espacios de “disfrute” y conexión. Como ha quedado muy claro en su trabajo, fomentar la alegría y el bienestar es esencial para sostener a las personas y las comunidades frente a la adversidad. En uno de los espacios conocidos como la Escuela de Mujeres, Deyanira recuerda vívidamente cómo expresaban su deseo de realizar actividades como nadar, bailar y montar en bicicleta, explicando que “cuando disfrutabas la vida tenías más herramientas para poder asumir la vida desde otro lugar.” Y ahí es donde realmente se va a producir el cambio.
Para Deyanira, el 8M es una conmemoración poderosa y polifacética. Representa “mucha luz, mucha esperanza, mucha dignidad, mucha fuerza” y evoca un sentimiento de inspiración y desafío. Para ella, este día es una oportunidad para honrar tanto las luchas como las victorias de las mujeres a través de las generaciones, reconociendo los sacrificios hechos por muchas y celebrando al mismo tiempo la fuerza y la claridad crecientes del presente. Como profesional reflexiva, Deyanira conecta esta lucha intergeneracional con su propia experiencia, desenterrando una profunda esperanza en la visibilidad y el empoderamiento de las mujeres y las niñas.
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