En Semana Santa, un grupo de cuatro jóvenes adultos de las iglesias menonitas en Puerto Rico vinieron a visitar Honduras en una gira de aprendizaje. Nadia nos compartió algunas de sus reflexiones sobre la visita.
During Holy Week, a group of four young adults from the Mennonite churches in Puerto Rico came to visit Honduras as a Learning Tour. Nadia agreed to share some of her reflections from the visit.
Escrito por: Nadia Centeno, de Puerto Rico
Llegué hace tres días de Honduras y mi cabeza está en las nubes. Ando toda cansada y confundida sin saber bien cómo me siento o qué hacer con lo que siento. Usualmente, el escribir me ayuda a organizar mis pensamientos así que entenderé la experiencia y lo que significa mientras la comparto.
Fui a Honduras por ocho días en un viaje de aprendizaje organizado por la Comité Central Menonita (CCM). El propósito del mismo era entender qué está haciendo CCM en Honduras, aprender de los programas y su cultura y, de una vez, ser parte de un congreso centroamericano de jóvenes anabautistas (JUAMCA). Eso fue lo que fui a hacer. Ahora, desde el comienzo, el nombre del viaje me reta con una pregunta: “si fue un viaje de aprendizaje, qué aprendiste?”
Todo comenzó y se resume aquí. En La Ceiba, Honduras hay una comunidad llamada Los Laureles. La misma también es conocida como el basurero. No hay que ser muy inteligente para saber por qué se llama así; la comunidad vive acompañada de la basura que traen los camiones. Hicimos nuestra visita en nuestro segundo día en Honduras junto al Proyecto Paz y Justicia.
Subiendo la montaña en donde descansa la comunidad, vimos casas frágiles, letrinas, fogones, telas haciendo de puertas y ventanas y niños siguiendo con alegría a sus queridos maestros Maureen y Héctor Antonio (el boricua hondureño). Casi en la cima de la montaña hay una pequeña escuela (un salón y una oficina) en donde Maureen, Héctor Antonio y otros voluntarios reúnen a los niños semanalmente para hablarles de Jesús, enseñarles valores de paz y pasar tiempo de calidad con ellos. El número de niños fue aumentando mientras subíamos y, ya cuando llegábamos a la escuelita, la energía y alegría eran tangibles. Mucho ruido, risas y algarabía. Los maestros hablaron del poder de sanación de Jesús, jugamos un poco y terminamos dándole dulces a los niños.
Justo antes de irnos, entre juego y bulla, mi recién amiguita Ingrid, me hizo una pregunta que dirigió todo mi proceso de reflexión durante los días restantes. Con sus ojos almendrados, su traje rosa pálido y una sonrisa pícara me preguntó “cuándo regresan?” Le dije con honestidad e incomodidad que no sabía y ahí me chocó; cuán importantes son los que se quedan. Tanto presencial como espiritualmente, él que se queda y apoya es él que hace la diferencia. Solo Dios sabe qué o quién utilizará para bendecir pero, en ese momento, sentí un gran alivio al saber que los niños de Los Laureles no están solos y que los líderes están haciendo lo que pueden con lo que Dios les ha dado. Y así entendí la importancia de dar de lo que tengo (aunque sea poco) a mi país, donde Dios me puso. Al cabo de los días comprendí que todo cristiano está en misión. Ya sea en Haití, los bordos de Honduras, el Amazonas, trabajando en un banco o en tu pequeño pueblo. La actitud misionera no es algo que se prende y se apaga con un switch. Podemos ser promovedores de paz y servidores en el amor de Jesús donde quiera que estemos. Lo importante es poder ver cada circunstancia o situación como una oportunidad para brindarle gloria a Dios.
En fin, qué aprendí? Aprendí que es mucho mejor enseñar a pescar que solo dar peces. Aprendí que no hay ministerio pequeño. Aprendí que curiosidad + respeto + tolerancia resulta en nuevos y buenos amigos. Aprendí a no tomarme las cosas tan en serio. Aprendí a comer con ganas y apreciar cada detalle, que la comida une (te caiga bien o mal) y que con buen humor todo se supera. Pero más que todo, aprendí la importancia de hacer viva y tangible mi fe no importa donde esté. No me malinterpretes, quiero viajar el mundo, quiero ir de misiones a otros países y poder dar lo que Dios me ha dado. Pero no voy a esperar estar en tierra lejana para hacer lo que Dios me ha mandado a hacer: amar a mi prójimo y servirle en paz. La compasión, tolerancia, empatía y la paz no son cosas que se deben guardar para momentos especiales. Debemos vivirlas todo el tiempo, todos los días, en cada momento y convertirnos en el verbo amor como nuestro Maestro. Sin aires de María Teresa de Calcuta y consciente de que éste es mi primer viaje con propósitos cristianos y que queda muchísimo que hacer, respondo la pregunta de qué aprendí. Ahora, te dejo con una pregunta que me haré todos los días y espero que sirva de bendición y reto para ti. Qué estás haciendo con lo que Dios te ha dado, hoy?
Written by: Nadia Centeno, from Puerto Rico
I arrived three days ago to Honduras and my head was in the clouds. I am tired and confused without really knowing how I feel or what to do with what I feel. Usually, writing helps me to organize my thoughts, so I will understand the experience and what it means as I am sharing.
I went to Honduras for eight days on a learning tour organized by the Mennonite Central Committee (MCC). The purpose of the trip was to understand what MCC is doing in Honduras, learn about the programs and the culture, and at the same time be part of an anabaptist Central American young adult conference (JUAMCA). This is what I went to do. Right now, and since the beginning, the name of the trip challenges me with the question: “If this was a learning tour, what did you learn?”
All of this began and is summarized here: In La Ceiba, Honduras, there is a community called Los Laureles. The same community is also known as the trash dump. You don’t have to be very smart to know why it is called this: the community lives accompanied by the trash that the trucks bring. We visited here our second day in Honduras, along with the visit to the Peace and Justice Project.
Going up the mountain where the community rests, we saw fragil houses, latrines, clay stoves, sheets making up doors and windows, and children following with happiness their much-loved teachers Maureen and Héctor Antonio (the Honduran Puerto Rican). Almost at the top of the mountain, there is a small school (a room and an office) in which Maureen, Héctor Antonio and other volunteers meet weekly with the children to talk to them about Jesus, teach them values of peace and spend quality time with them. The number of children grew as we went up the hill and, when we had arrived at the little school, the energy and happiness were tangible. Much noise, laughter and gabble. The teachers talked about the healing power of Jesus, we played a little bit and we finished by giving the children candies.
Just before we left, between play and noise, my new little friend Ingrid asked me a question that gave direction to all of my reflection process for the days left. With her almond eyes, her light pink dress and her rascally smile she asked me, “When are you coming back?” I told her with honesty and uncomfort that I didn’t know, and that is when it struck me: how important are those who stay! As much in physical presence as spiritually, the person who stays and supports is the one that is making the difference. Only God knows what or whom he will use to be a blessing, but in that moment, I felt a great relief know that the children of Los Laureles are not alone and that the leaders are doing what they can with what God has given them. And in this way, I understood the importance of giving what I have (even if it is small) to my country, where God placed me. At the end of those days, I understood that every Christian is in mission. Whether that is in Haiti, in the “bordos” of Honduras, the Amazon, working in a bank, or in your small town. The missionary way of is not something that turns on and off with a switch. We can be promoters of peace and servants in the love of Jesus wherever we are. The important thing is to be able to see every opportunity or situation as an opportunity to bring glory to God.
I will not wait to be in a far away land to do what God has sent me to do: love my neighbor and serve them in peace.
In the end, what did I learn? I learned that is is better to teach how to fish than to just give fishes. I learn that there is no small ministry. I learned that curiosity+respect+tolerance results in new and good friends. I learned to eat heartily and to appreciate every detail, that food unifies (whether it sits well or not with your stomach), and with a good sense of humor everything can be overcome. But more than anything, I learned the importance of making my faith alive and tangible, no matter where I am. Don’t misinterpret me, I want to travel the world, I want to go on mission to other countries and be able to give what God has given me. But I will not wait to be in a far away land to do what God has sent me to do: love my neighbor and serve them in peace. Compassion, tolerance, empathy, and peace are not things that should be saved for special occasions. We should live them all the time, every day, in each moment, and change ourselves into the verb “love” like our Teacher did. Without Mother Teresa aires and aware that this is my first trip with Christian purposes and that there is much more left to do, I respond to the question of what I learned. Now, I leave you with a question that I will ask of myself every day and I hope that it serves as a blessing and a challenge to you. What are you doing with what God has given you, today?