Por Larisa Zehr, CCM Colombia
Un domingo en Bogotá, íbamos por uno de los mejores mercados de la ciudad, Paloquemao. Saboreamos café con leche caliente y almojábamos, buscamos frutas secas, nueces, y harina de trigo integral en los puestos abarrotados para llevar a la casa, y quedamos sorprendidos al ver tantas frutas y verduras extrañas. Se puede comprar de todo en Paloquemao, y casi todo se cultiva en una u otra región de Colombia.
Nos daba tiempo de volvernos caminando, y en el camino llegamos a los vigilantes y puertas automáticas de un nuevo centro comercial monstruoso. Parecía que hubiera sido bajado del cielo- millones de dólares de hojas de vidrio, zapatos colorados de Adidas, comida rápida de los EEUU, y las películas actuales de Hollywood en el cine. Era limpio, uniforme, y perfecto.
Saliendo, empezamos a caminar a lado de un muro gris por una cuadra entera – el exterior de la mega-iglesia más grande de Bogotá. Había espacio en el santuario para 10.000. Miramos de lejos los líderes de música desde el trasfondo, sobre las manos de miles de personas. Había un restaurante de churrasco, un gimnasio, una estación de radio y un mapa a gran escala de Colombia y sus nuevas mega-iglesias: los frutos de nuevas misiones. Mientras pasamos las corrientes de Bogotanos entrando en el culto, nos acordamos unos amigos que se estaban congregando en una iglesia en una casa solamente una media hora de allí.
Por la tarde, después del viaje en avión y en ruta a Sincelejo, yo miraba las escenas de la Costa Caribe de la ventana del taxi. Techos de palma, mototaxistas sin cascos, cemento quebrado, yuca marchitándose con la falta de lluvia. Es extraordinario qué cosas existen en este mundo.
El sábado, habíamos escuchado a un profesor-activista que lucha contra un proyecto hidroeléctrico gigante en el departamento de Huila discutir la estrategia actual de desarrollo en Colombia y mucho de América Latina. Corporaciones transnacionales masivas proponen proyectos enormes y lucrativos a los gobiernos, basados en la extracción y explotación de recursos naturales. Los gobiernos saltan a la oportunidad de dar publicidad a su ventaja comparativa- agua, madera, oro, u otros recursos naturales- y inclinen hacia las corporaciones, dándoles un poder legal enorme.
El gobierno les deja interactuar con el entorno local, casi sin medidas regulatorias. La corporación deja al gobierno nacional con poca ganancia, y la gente de la región quedan con nada mayor que tierra arruinada, pocos trabajos, y una falta de opciones para el futuro. A través de investigaciones rigores, el profesor y su equipo han podido comprobar que los daños actuales y la pérdida proyectada de recursos sobre los próximos 50 años de la vida del proyecto son mucho más que la ganancia generada por el proyecto, y la ganancia ni siquiera se queda en el país.
Al transformar el mundo en un modelo neoliberal de ventaja comparativa, ecosistemas diversas se remplazan por represas enormes. Electricidad producida en Panamá puede llegar a Argentina, pero no llega a los pueblos rurales de Panamá. Los tratados de libre comercio en Colombia, Perú, Chile, entre otros, permiten que crezcan mercados de exportación, a costa de los campesinos que han sostenido a sus países para milenio. Centros comerciales y supermercados remplazan a las redes caóticas y diversas de mercados locales donde la plata gastada se queda en la comunidad.
La iglesia hace parte de la misma estrategia. Una fe uniforme reemplaza a comunidades geográficas. Diferencias son planchadas bajo la meta de apoyar con dinero la misión de Dios en el mundo, a través de mega-iglesias nuevas o un fondo para viajes misioneros. Si pagas, recibes más bendiciones. Si compras, recibes más bendiciones.
Nos valoran no por nuestra herencia cultural, nuestro origen o amor a la tierra, nuestras canciones, comida y literatura. Nuestras actividades no requieren ya relaciones específicas, pero compras, entretenimiento, iglesia, y viajes se pueden realizar sin hablar con otro ser humano. Podemos mirar la misma televisión, comer la misma comida, y comprar en las mismas tiendas en Colombia que Líbano, Suecia que Sudáfrica. Nos aplanamos, los sujetos de un mercado en vez de una nación o una cultura. Nos valoran por nuestro poder de comprar o por la cantidad que producimos. Es el modelo de eficiencia, de crecimiento económico, de ganancia. ¿Pero qué valoramos? ¿A qué precio?
Originalmente publicado en http://movingfromitowe.blogspot.mx/2013/01/undermining.html