Sin quitar el mérito a los acontecimientos y personajes que en su momento contribuyeron a alcanzar la independencia política de lo que conocemos como la República mexicana, quiero centrar mi atención en el pueblo anónimo, la masa sin rostro que sumó su fuerza y sus anhelos al movimiento independentista de 1810 y contribuyó a darle forma, sentido y cauce.
Se considera la madrugada del 16 de septiembre, y el grito de Dolores, Querétaro, el inicio de un movimiento que pronto encendería las conciencias populares y sus anhelos, y desbordaría lo que al principio pretendía ser una cuestión política, entre españoles y criollos; para convertirla en un movimiento social, donde se alcanzaría hasta la abolición de la esclavitud y el reconocimiento de la ciudadanía de los habitantes de la Nueva España. Este resultado no fue menor, sino el comienzo de un proyecto que ahora conocemos como “México”.
Mientras escribo estas líneas, anabautista como soy, pienso en aquellos orígenes míticos que forman parte de la memoria que compartimos como la gran y diversa familia de fe que somos en el mundo. Pienso en aquel grupo de hermanos y hermanas que el 21 de enero de 1525, movidos por el Espíritu decidieron independizarse no solo espiritual, sino política y culturalmente de las influencias religiosas de su época que también oprimían a las masas. Una vez proclamada la distancia y la posición desde la cual los anabautistas leían, interpretaban, y ponían en práctica las Escrituras; comenzó el proyecto del pueblo nuevo que hoy conocemos como “Anabautismo”.
¿Qué papel jugaron los anónimos en todo esto? La gente que no reluce en las biografías, aquellos cuyos nombres no conocemos. En ambos casos, me atrevo a decir que el pueblo, los anónimos, las masas que recibieron estas ideas novedosas, interpretaron con urgencia los signos de los tiempos y propusieron a sus líderes ensanchar los límites y los alcances de ambos movimientos. El anabautismo se extendió aún con la ausencia de sus líderes muertos o perseguidos. Se sabe que el cura Hidalgo, en algún punto de la lucha armada, reconoció que no podía controlar el ímpetu del pueblo; que siguió luchando aún después de su muerte. No pretendo tampoco exaltar, idealizando la lucha, los motivos y sus formas al pueblo, del que todos formamos parte. Quiero señalar los alcances, llamar la atención sobre lo que ocurre cuando se pone en sus manos, la tarea de construir un sueño. La suma de los esfuerzos, de los anhelos colectivos, de la potencia instituyente de sus imaginaciones, es capaz de producir cambios históricos de larga data que revolucionan el status quo y representan desafíos quizás no calculados para sus líderes. Quizás por eso, los movimientos revolucionarios de antaño se terminaron con la firma de acuerdo entre las élites, y las distintas ramas del anabautismo se volvieron conservadoras las menos, iglesias institucionales las más. Lo cierto es que estos temas nos dan mucho para reflexionar.
Ruhama Abigail Pedroza García, Dra. Antropología social, vivo en la Ciudad de México, y trabajo como traductora, editora y gerente de proyectos de la agencia de traducción SpanishLink.