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Este artículo es parte de una serie que trata sobre el racismo en Colombia. Leer más aquí.

Cuando tenía 26 años, mi esposo y yo nos mudamos a Colombia para ser parte del programa de CCM de Semilla. Nos colocaron con las Iglesias Hermanos Menonitas en el Chocó, un departamento en la costa pacífica de Colombia que es 95% Afrocolombiano.

Aquí son algunas verdades tristes: Antes de mudarme al Chocó, nunca había comido en la casa de una persona negra ni me había quedado a dormir para una visita. Nunca había participado en la vida de una iglesia negra, ni había tenido un supervisor directo de color, o ser cuidada por un doctor negro o enfermera. Nunca un dentista negro había examinado mis dientes. Nunca había tenido un amigo-a cercano negro. No tenía conocimiento de la gran perdida que esto era en mi blanqueada y segregada vida de clase media en los Estados Unidos.

En el Chocó, los impactos del racismo sistemático son imposibles de ignorar. Chocó es el departamento económicamente más pobre de Colombia. El abandono gubernamental de este departamento ha creado un vacío de poder que ha permitido a los actores armados entrar y tomar el control, y las actividades mineras de las empresas multinacionales explotan y contaminan ampliamente importantes bosques y ríos. En todo el departamento sólo hay dos carreteras principales, mal pavimentadas y difíciles de transitar, en parte por el terreno y en parte por la presencia de actores armados. No hay acueducto, sino que la gente recoge agua de sus techos para abastecer sus casas, un sistema que es posible gracias a las más de 400 pulgadas de lluvia al año en el Chocó. El acceso a la salud es limitado y difícil; para casi cualquier especialista o cirugía, las personas deben abandonar el departamento y viajar a una ciudad importante. Fue la primera vez que viví en una región marginada de un país, en lugar de una altamente privilegiada; fue la primera vez que viví en un lugar que no tenía acceso a lo mejor de todo.

Vivimos allí por dos años como Semilleros. Es imposible articular el profundo impacto de esta experiencia en mi vida y mi entendimiento del mundo, como también el amor profundo y gozo que experimenté mientras viví allá; en cambio, aquí hay algunas viñetas que llevaron a mi transformación.

Plántulas de cacao en la sede del proyecto agrícola MB, listas para ser compartidas con los agricultores.

Un día durante nuestras primeras semanas, visitamos el pueblo de Andagoya, donde la iglesia Hermanos Menonitas está presente. Un río con un puente que lo cruza divide Andagoya. Una miembro de la iglesia con quien estábamos nos explico que cuando la compañía minera “Chocó Pacific”, con sede en Estados Unidos, llegó a la ciudad en la década de 1940, segregaron la ciudad haciendo que los empleados blancos de la compañía vivieran en la mitad, con mejores viviendas, y enviaron a “la gente fea” al otro lado del puente a vivir en la otra mitad de la ciudad.

“¿Quiénes eran “la gente fea”?” -le pregunté-.

“Nosotros”, -dijo ella-.

Luego aprendí más sobre esta empresa minera, sobre cómo se adentró en la selva más de lo que permitían sus permisos, extrayendo oro y enviando la riqueza al norte durante varias décadas antes de su partida.

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Parte de nuestra orientación involucró visitar las casi quince iglesias de los Hermanos Menonitas de la región. Mientras las iglesias cantaban canciones animadas con instrumentos y ritmos locales, la mayoría de los servicios también incluían cantar himnos de himnarios que los misioneros Norte Americanos trajeron en los 1940s, algunos de los cuales incluían imágenes negativas asociado con la palabra “negro” e imágenes positivas asociadas con la palabra “blanco”, como “pecado negro”, y “pureza blanca”.

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Como el Chocó es mayoritariamente Afrocolombiano, sirve de refugio contra las micro-agresiones raciales para los negros colombianos en su vida cotidiana. Como parte de nuestra experiencia con Semilla, tuvimos la oportunidad de hacer un intercambio y visitar otra comunidad de otro Semillero, invitando a los locales de nuestra comunidad a viajar con nosotros. Invitamos a un miembro del proyecto de agricultura de los Hermanos Menonitas, y él seleccionó a un agricultor rural para que viniera también. Cuando llegamos a la terminal de autobuses de Medellín, la segunda ciudad más grande de Colombia, presenté en la ventanilla las cuatro tarjetas de identificación de nuestro grupo para imprimir los tiquetes reservados. El hombre detrás del mostrador me dio cuatro hojas impresas, pero parecían ser sólo dos boletos.

Confirmé con él, “¿Son estos los cuatro boletos para nuestro grupo?” “Sí”, dijo. Cuando llegamos a nuestra puerta, el agente me informó que sólo había dos boletos entre las cuatro páginas impresas: los boletos que habían sido impresos para mí y mi esposo blanco. El taquillero simplemente no había impreso los dos boletos para los afrocolombianos de nuestro grupo cuyos carnés de identidad había puesto junto a los nuestros en el mostrador. Teníamos que volver. Estaba impactada y furiosa; nunca había sido testigo de un acto tan descaradamente racista. Los dos chocoanos no se sorprendieron en absoluto y se rieron de mi rabia. Esto no era nuevo para ellos.

Marcha matutina para conmemorar el décimo aniversario de una masacre en Bebedó, una comunidad rural donde está presente una iglesia de MB

Una vez, una gira de aprendizaje que incluía a un hombre norteamericano blanco representante de misiones vino al Chocó. Ese día nos enteramos de los increíbles obstáculos que las iglesias HM en el Chocó han superado para establecer su trabajo agrícola con los agricultores de la región, incluso arriesgando sus vidas para enfrentarse a los líderes de los grupos armados locales que intentaban extorsionar el proyecto. Después de nuestra discusión sobre esto más tarde esa noche, el Hombre blanco, Representante de las misiones norteamericanas dijo, “Sabes, es asombroso lo que las pequeñas cosas que la gente en pequeños lugares puede lograr”.

¿Cuándo nosotros, como la iglesia blanca norteamericana, abriremos los ojos y veremos el protagonismo de nuestros hermanos y hermanas negros y morenos en el sur global como lecciones significativas para nuestra propia educación, en lugar de menospreciar sus esfuerzos?

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Mencioné antes que el Chocó es una zona muy abandonada por el resto de Colombia. ¿Por qué, entonces, el conflicto armado llegó allí en los años noventa, causando desplazamientos masivos de comunidades, masacres, violencia sexual y traumas? Porque los Estados Unidos, como parte de la “guerra contra las drogas”, financiaron la fumigación aérea de los cultivos de coca en el Amazonas, en el sur de Colombia. Los grupos armados buscaron entonces otro lugar para expandir los cultivos de coca, y encontraron un objetivo perfecto en el Chocó: una selva exuberante, con poca o ninguna presencia o protección gubernamental. Los dólares de mis impuestos llevaron a que el conflicto armado llegara al Chocó. En los últimos años, en el marco del Plan Colombia, los dólares de los impuestos de los Estados Unidos siguen financiando la fumigación aérea con glifosato, un conocido agente cancerígeno, que perjudica a su paso las oportunidades económicas lícitas, así como la salud y la seguridad de las comunidades rurales, sin abordar las causas profundas de por qué los campesinos cultivan coca. A través del proyecto agrícola de los HM, conocimos a agricultores cuyos cultivos de cacao (chocolate) y otras frutas y hortalizas fueron quemados por el glifosato y se vieron obligados a abandonar sus granjas, buscando trabajo en entornos urbanos más grandes.

A través de Semilla, fuimos testigos de nuestra complicidad en los sistemas que sirven para marginar y oprimir a las comunidades de color, fuimos testigos de nuestro papel inherente en la persecución de las comunidades negras que tuvimos el inmenso privilegio de conocer, que nos abrazaron con los brazos abiertos y nos bendijeron, nos enseñaron, y nos bendicen y nos enseñan todavía.

Plántulas de cacao que se quemaron con glifosato durante la fumigación aérea

Salimos del Chocó hace casi exactamente cinco años atrás. Nuestro término con Semilla terminó, y nosotros nos quedamos como trabajadores de servicio con CCM Colombia por tres años más con base en Bogotá.

Ahora yo cargo estas preguntas a diario en mi vida aquí en Virginia, un lugar donde 155 años atrás era legal ser dueño de una persona negra; un lugar donde los negros son vigilados de manera desigual; un lugar donde los sistemas económicos y los sistemas de salud no tratan a los negros como iguales. Llevo estas preguntas mientras crío a mi hijo blanco, que nació mientras tenía acceso a una atención de salud de alta calidad en Bogotá antes de que saliéramos de Colombia, cuyas complicaciones en el nacimiento podrían haberle causado la muerte si hubiera nacido en el Chocó. Este es mi testimonio. Estoy agradecida por este momento de despertar colectivo y reconocimiento del trabajo que hay que hacer a nivel personal, comunitario, eclesiástico, estatal y nacional. Que Dios abra todos nuestros ojos a nuestra complicidad en los sistemas de opresión de nuestros hermanos y hermanas negros, dándonos el coraje para enfrentar la verdad y trabajar para derribarlos en amor. 

Amy y Giles Eanes con la iglesia MB en la comunidad de Boca de Suruco, a la que asistieron durante sus dos años en el Chocó

Amy Eanes sirvió en Chocó, con los Hermanos Menonitas, en el ministerio social de la Iglesia y con Fagrotes, como parte del programa de Semilla, de 2013 a 2015.

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