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Elizabeth Phelps es la co-representante de CCM Colombia. Su articulo hace parte de nuestra serie de migración.
Existe una iglesia Menonita pequeña en Quito, Ecuador, que ha abierto las puertas a personas refugiadas del país vecino, Colombia. No hay rótulo en la puerta para anunciar los servicios, ni tampoco un logo con lista de las horas de atención, pero de alguna manera las personas refugiadas se pasan la voz y siguen llegando – a los cultos los domingos y a las horas de atención con personal de proyecto compasivos y cuidadosos. La iglesia distribuye comida y otras formas de ayuda material, y provee consejería psicológica para personas muchas veces sufriendo mucha trauma al escaparse de situaciones de violencia al otro lado de la frontera.
Durante las dos últimas décadas, 147.616 colombianos han buscado asilo en Ecuador,[1] huyendo del conflicto armado mas largo del hemisferio occidental. Aunque los procesos de paz avanzan en una manera esperanzadora, el flujo de personas refugiadas cruzando la frontera no ha disminuido significativamente. Según las estadísticas del ACNUR, 122.161 personas son reconocidas oficialmente como refugiados, y 11.583 personas están buscando asilo en Ecuador o un tercer país.[2] Mas del 70% se quedan a vivir en Quito, la capital.
Desde el primer día en que la iglesia Menonita en Quito abrió las puertas, las personas refugiadas de Colombia – y de otros países también – siempre han sido bienvenidos, aunque el acto de mostrar hospitalidad no siempre ha sido fácil. Marion Meyer, visitando al proyecto e iglesia desde Colombia, notó que “la identidad de víctima que lleven con ellos, el trauma acumulado y el cansancio y hastiamiento (?) hacia el futuro, además de que se han adaptado a la guerra en vez de relativa paz, les hace difícil ajustarse bien a la vida en Ecuador. En contraste, una trabajadora de la iglesia quien decidión salir de Colombia para ir al Ecuador por un proceso de discernimiento, y no por obligación. Ella puede apreciar todo lo que Ecuador puede ofrecer y llevar lo aprendido consigo de regreso a su país. Ella ha tenido un experiencia positiva del Ecuador, mientras que la experiencia de los refugiados ha sido hostil.”
Dice Daniela Sanchez, quien actualmente coordina el proyecto junto con psicóloga Jennifer Rey, “durante los años algunas personas no apoyaban el proyecto, y ellos han dejado la iglesia… pero necesitamos romper las barreras del nacionalismo. Todos somos diferentes, pero ahora somos familia. No podemos ser insensibls a las necesidades de otros.” En este contexto de hostilidad hacia los Colombianos, la hospitalidad ofrecida por la iglesia es un bálsamo a las heridas que llevan muchas personas refugiadas.
Pero cómo afecta la práctica de la hospitalidad a hospedador? El pastor de la iglesia, Luis Tapia, ha dicho muchas veces que el ministerio a los refugiados cambia la iglesia, recordando a los miembros de la importancia de la obra y misión social de ella. A veces pensamos que la hospitalidad en terminos sentimentales, todo color de rosa, la hospitalidad que practica la iglesia en Quito no es nada así. En Lucas 14:12-14, Jesus dice:
Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; no sea que ellos, a su vez, te inviten y así seas recompensado. Más bien, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los inválidos, a los cojos y a los ciegos. Entonces serás dichoso, pues aunque ellos no tienen con qué recompensarte, serás recompensado en la resurrección de los justos.
Siguiendo la invitación de Jesus, extender la hospitalidad precisamente a los que no lo pueden devolver es un trabajo exigente y riguroso. A veces lo que demanda esta tarea ha sido demasiado para la iglesia. Pero Gladys, una hermana de la iglesia y secretaria de la junta directiva, dice que la iglesia debe sentir que el proyecto de apoyo a refugiados es “suyo, cercano, y posible.”
David Sulewski y Tibrine da Fonseca, quienes trabajaron con la iglesia por dos años, describieron su trabajo de esta manera:
en el Proyecto buscamos sencillamente estar presente cuando llegaban los refugiados, ser testigos de hospitalidad – y responder a sus preguntas y necesidades lo mejor posible con los recursos limitados que teníamos…. ‘nos sentimos como seres humanos, no números,’ dijo un refugiado. ‘Recibimos alimento espiritual,’ dijo otro. Y otro añadió que la iglesia es ‘un lugar seguro donde podemos bajar la guardia..
Sentirse suficientemente seguro para bajar la guardia es algo precioso, en una situación donde “la descriminación puede ser penetrante y muchos refugiados hablan de los desafíos de arrendar un apartamento, encontrar trabajo, o montar el bus. Escuchamos historias de dueños que rehusaron alquilar a Colombianos, y durante las primeras semanas en Ecuador escuchamos muchos comentarios y estereotipos de los colombianos como furtivos, adictos a las drogas, y demasiados agresivos.”
Muchas veces los refugiados llegan sin nada en la mano, y mientras que es importante responder a las necesidades básicas, también necesitan espacios de seguridad y apoyo donde pueden formar nuevos lazos sociales y amistades. La iglesia trabaja para responder a esas necesidades.
Ahora que los acuerdos de paz entre el gobierno colombiano y el grupo guerrillero mas granda, las FARC, está a punto de firmarse, las organizaciones humanitarias han ido disminuyendo su apoyo para refugiados colombianos en Ecuador. Pero la iglesia no ha visto ninguna disminución en el número de personas traumadas llegando a la puerta sin rótulo. Y así los Menonitas de Quito continúan practicando hospitalidad como lo han hecho desde que se fundó la iglesia: con amor.
[1] Más allá, 13.
[2] UNHCR, 2015 UNHCR subregional operations profile – Latin America, accessed on August 21, 2015, http://www.unhcr.org/pages/49e492b66.html