Rebekah Nimtz es Trabajadora de Servicio de CCM en la ciudad de Cochabamba, considerada cruce de caminos y granero de Bolivia. Esta publicación de blog hace parte de nuestra serie en cuanto al cambio climático y la seguridad alimentaria.
Hace varios años, cuando regresaba de una ausencia anual de unas pocas semanas, durante la época de lluvias en Bolivia, noté que una cubeta de goteo en mi casa casi se desborda. Al año siguiente me sorprendió volver a encontrarla llena sólo hasta la mitad. La temporada de lluvias había comenzado con un mes de retraso. Este último año se inició con más de dos meses de retraso. Al lado sur de Cochabamba, en las zonas donde muchos niños migrantes, con los que trabajo, viven sin agua corriente, hasta los cactus parecían estarse secando. Bolivia continúa experimentando los efectos de la peor sequía en casi cuatro décadas y las temperaturas más altas registradas en los últimos diez años.
Al Fenómeno del Niño y al cambio climático se les atribuyen los papeles principales en cuanto a las fluctuaciones climáticas, en un país cuyos ecosistemas son considerados por la ONU unos de los más vulnerables de todo el mundo a los efectos del calentamiento global. Las lluvias tardías han hecho apenas mella en las reservas perdidas, que rondaban alrededor del 8% de su capacidad, con un depósito en la capital de gobierno de La Paz a sólo el 1% a finales del año pasado. Esta falta de agua hizo que el presidente Evo Morales declarara una emergencia nacional en noviembre. Amigos de la ciudad de Cochabamba no estuvieron tan sorprendidos por el estado de la situación de emergencia como lo estuvieron los de La Paz, puesto que el racionamiento de agua en Cochabamba es la norma. Este último año Cochabamba sólo recibió agua unas pocas horas, una vez a la semana, en promedio, a través de la empresa municipal de agua, SEMAPA.
En la región de Mizque, a 160 km, en las afueras de Cochabamba, la capacidad de adaptación a los efectos de la sequía depende de si uno vive más cerca del pueblo, con más acceso a un sistema de riego y maquinaria agrícola, o una media hora más en las montañas, donde el sustento de vida es más dependiente de la siembra de maíz, y la cría de vacas, cabras y vicuñas.
Jaime Pardo trabaja para OBADES, el brazo social de la Iglesia Bautista en Bolivia. CCM se asocia con OBADES en su trabajo con los locales en Mizque, en proyectos de seguridad alimentaria tales como sistemas de riego e invernaderos, así como diversidad de cultivos. Jaime compartió que a principios de 2016 la temporada de lluvias no sólo empezó tarde, sino que fue interrumpida, cuando cesaron las lluvias en marzo, dejando el maíz plantado ya incapaz de alcanzar la madurez. A finales del año no quedaba más pasto para el ganado. Los animales tuvieron que moverse durante horas en busca primeramente de agua y luego de comida, complicados por la desecación de los ríos, que alguna vez estuvieron llenos. Fue un poco más fácil para las cabras, que comían cualquier cosa que tuvieran a la vista, incluído el plástico. Jaime comentó que la imagen grabada en su mente, este último año, es la de vacas en piel y hueso bamboleándose por la ladera de la montaña, como si estuvieran borrachas, temblorosas, y apenas capaces de mantenerse en pié. En cuanto a sus propietarios, sin agua para sembrar sus cultivos, la única opción ha sido trasladarse a la ciudad.
Un gran número de agricultores también han dejado el Chaco sureste, ya seco de Bolivia, debido a la tasa sin precedentes de muertes de ganado, la fuente primaria de ingreso de la región. El Lago Poopó en la parte occidental del país, se secó completamente a principios de 2016 no sólo debido a la sequía, sino también a la desviación del agua para la minería. El pueblo Uru, que había vivido del lago durante siglos, hace mucho tiempo se ha ido, junto con su forma de vida. El aumento en las poblaciones urbanas, ya en explosión, exacerba la pobreza y pone mayores demandas a la falta de infraestructura e implementación de soluciones locales en los municipios.
Tanto en las zonas rurales como en las urbanas, las comunidades han pedido ayuda del gobierno, ante las repetidas pérdidas de los cultivos que han dado como resultado la ruina económica para las familias. Algunos proyectos de riego y de agua subterránea han surgido como consecuencia de ello. Sin embargo, incluso el granero de Cochabamba, sin precedentes, comenzó a importar alimentos de los países vecinos. La infraestructura obsoleta exacerba el problema con hasta 50% de pérdidas de agua, en algunos lugares, dentro de las tuberías y redes de distribución. La privatización es una opción, pero enfrenta la oposición puesto que a menudo no alcanza las afueras de las ciudades y municipios. La presa Misicuni y el proyecto hidroeléctrico de Cochabamba, en marcha desde 1957, es un esfuerzo repleto de 10 empresas locales e internacionales privadas que apenas hasta ahora se acercan gradualmente a su finalización. En principio estaba previsto proveer agua a 400.000 personas en una ciudad ahora con cerca de un millón de habitantes.
Mientras tanto, la deforestación de la Amazonía al norte, en Bolivia y más allá, inhibe el flujo de aire húmedo y la lluvia para los Andes. Los proyectos hidroeléctricos dañan las arterias fluviales de la selva y afectan el ciclo de preservación natural del agua. Los ciclos del agua dañados dejan torrentes de lluvia que llegan tarde, para destruir los cultivos en el momento de la cosecha y causar catástrofes con inundaciones repentinas, en contraposición a las lluvias graduales y suaves de los días pasados. La necesidad de hacer frente a situaciones de emergencia hace que el trabajo, en cuanto a las causas de raíz, se convierta en un juego de puesta al día para un gobierno que ya está atrasado en el desarrollo de planes de prevención y atención para un problema previsto desde hace mucho tiempo.
Bolivia ha tenido acceso, sin embargo, al Fondo verde de la ONU para Agricultura y Alimentación, a través del programa “Mi Riego” que tiene como fin ayudar en las zonas rurales. La construcción de plantas de almacenamiento de granos está en marcha. Los expertos subrayan la necesidad de hacer planes de escasez de agua a largo plazo, tales como diques para almacenamiento de agua, iniciativas de conservación y educación, y la continuación de los esfuerzos para renovar los sistemas de distribución de agua, obsoletos, para que puedan estar listos para llevar, por ejemplo, el agua que ahora comienza a brotar finalmente, desde el proyecto de la presa Misicuni.
Los pequeños pasos esperanzadores de las comunidades locales, en todo el país, especialmente junto con los órganos de gobierno, prevalecen contra los obstáculos, incluso si esos pasos comienzan como algo más que gotas en un cubo seco. La comunidad de Villa Vinto, no muy lejos de Mizque, en asociación con OBADES, está reclutando un modelo peruano en la creación de lagos y diques artificiales para capturar y almacenar agua de lluvia. Con las ofertas de los gobiernos municipales de nuevas herramientas agrícolas como premios para los mejores esfuerzos, se espera que el proyecto se propague a comunidades en toda la región. Mizque continúa produciendo maca resistente a la sequía, que además de ser una comida super deliciosa, cosecha mayores beneficios económicos que los cultivos típicos de papa. La persistencia de la perforación de pozos de menonitas de colonias en Durango, en la frontera con Argentina, les ha permitido sembrar cultivos en zonas agrícolas previamente declaradas muertas. Si una gota de agua puede esculpir un cañón, los pequeños esfuerzos de manos trabajando en conjunto podrían ser capaces de llenar ese cañón con más agua para el futuro.