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Bonnie Klassen es la Directora Regional de CCM para Sur América, México, y Cuba.
Recogí estas reflexiones al escuchar a organizaciones asociadas con el CCM de nueve países en América Latina-Caribe. Fueron compartidas durante un encuentro de tres días en Honduras enfocado en el tema de migración, con la participación de 36 personas.
En 2018, la cobertura mediática de las caravanas de migrantes o el éxodo de personas centroamericanas caminando hacia el norte resaltó la realidad cotidiana de la región de América Latina-Caribe por unas semanas como si fuera algo supremamente negativa, como un huracán agitando todo. Otra “crisis de migrantes.” Si solo pudiéramos construir una barrera o arreglar las causas, podríamos parar la migración.
No. En todo el mundo, la migración es más como el corriente natural del río. Para millones de personas, no-migrar significa hacerse fuerte contra la fuerza del agua, con mucha persistencia, profunda identidad, apoyo social, fuerza interior, y siempre con mucho riesgo. Tal vez algunas personas simplemente tratan de agacharse por debajo de las olas sistémicas globales, pero con frecuencia, terminan tumbadas.
“La migración en América Latina tiene apellido–forzada.”
– César Ramos, Honduras
Como respuesta a las fuerzas abrumadoras socio-políticas y económicas que presionan desde lo global hacia lo local, y de nuevo hacia lo global, la migración es una válvula de escape. Como la olla de presión que se encuentra en cada cocina latinoamericana, la tensión envuelta en contextos socio-económicos inviables tiene que escapar; si no, explota. Miles de personas hondureñas y millones de personas venezolanas que salen de su país caminando no están explotando. Explosiones no caminan. Pero esto es una protesta noviolenta muy dolorosa para quienes caminan.
“El dinero ahora guía las relaciones personales, nuestras vidas. Ya casi nada nos asombra – ni la pobreza ni el cambio climático. Nos descuidamos de la vida. Perdimos el sentido de Pacha Mama. Pacha Mama salió del corazón y ahora solo está en el discurso. Hemos exiliado a Dios de nuestras vidas y hemos dejado de preocuparnos por seres humanos y la tierra.”
– Oscar Rea, Bolivia
La presión surge de modelos económicos globales y locales que priorizan la eficiencia inmediata, pero al largo plazo se desintegran. Estos modelos de desarrollo han desvalorizado a la agricultura de pequeña escala, al pueblo campesino que cultiva la comida, y ha empujado a millones de personas a la ciudad donde es más eficiente contabilizar, recoger impuestos y canalizar personas hacia escuelas y clínicas centralizadas. En pocas décadas, la región de América Latina-Caribe ha pasado de ser 80% rural a volverse 80% urbana. La generación rural actual mantiene un pie en el campo y otro en la ciudad, pero sus hijos e hijas están dejando la tierra para siempre. En otros 20 años, ¿quiénes todavía cultivarán la comida? ¿Quiénes todavía sabrán cuál lado de la semilla de yuca meter en la tierra y cuándo es el momento para sembrar frijoles? ¿Entonces, qué comeremos en toda las Américas?
“La Bestia es metáfora – la mercancía está muy bien guardado en el tren y las personas desprotegidas y en peligro por fuera.”
– Manuel Suarez, Honduras
No podemos buscar causas sencillas para enfrentar ni problemas bien-definidos para arreglar. Como tantos temas, la migración es compleja. Llegué al encuentro ya con la conclusión de que las personas tienen el derecho a migrar y las personas tienen el derecho a no-migrar. Podría pensar en algunas estrategias específicas, aunque insuficientes, para trabajar a favor de ambos derechos. Las voces latinoamericanas alrededor profundizaron esta idea más. “Tenemos derecho al arraigo y tenemos derecho a la dignidad.”
La migración se retrata comúnmente como un problema o una crisis. Debemos desmitificar el discurso de que migrantes son una amenaza, un riesgo. Al enlazar la migración con la construcción de paz, puede florecer la potencial de transformar la realidad al conectar personas de diferentes lugares y perspectivas. Se puede reconfigurar el mosaico socio-económico global.
“Construir una cultura de paz implica cambiar las estructuras globales de poder en el mundo porque son estructuras violentas. Es abrumador. Pero podemos trasmitir esperanza en todo lo que hacemos….momentos de esperanza son momentos de paz. No podemos esperar a que las estructuras nos den dignidad y felicidad. Tenemos que escoger dignidad y felicidad en nuestra vida cotidiana y crear esperanza.”
– Deyanira Clériga Morales, México
Para explicar lo que significa crear esperanza, Deyanira compartió la historia de un grupo de mujeres indígenas quienes habían sido deportados por los Estados Unidos a Chiapas, México. Cuando se les preguntaron que tipo de talleres querían, las mujeres respondieron claramente que no querían solo aprender sobre derechos humanos. Querían nadar en el río, bailar y montar bicicleta. Esto también es una defensa de sus derechos.
Entonces ¿qué debemos hacer? Vivir juntos. Escuchar profundamente. Superar el miedo. Compartir el dolor. Renovar la fe. Sanar corazones. Honrar la memoria. Apreciarnos. Abrazar la humanidad y la hospitalidad. Conocer a Dios que migra. Respetar la diversidad. Sostener la gratitud.
“Somos pueblos de lucha, eso lo llevamos en la sangre, pero podemos ser más intencional en crear redes de apoyo y solidaridad entre nosotras.”
– Daniela Sánchez, Ecuador