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En los meses que vienen, CCM LACA estará re-publicando historias del proyecto Historias de Vida, escrito por los semilleros-as del programa Semilla Bolivia. El proyecto ‘Historias de Vida es un intento de mostrar cómo la construcción reflexiva de la paz de las semilleros-as ha tomado forma en relaciones únicas con personas de las comunidades bolivianas. El abanico de personalidades tanto de los semilleros-as como de sus entrevistados muestra cómo la construcción reflexiva de la paz puede variar enormemente. La esperanza del proyecto es que del compromiso intencional entre los semilleros-as y los participantes del proyecto surja una historia más amplia de transformación mutual.
Riley Mulhern, de Louisville, Colorado y de la Primera Iglesia Presbiteriano en Boulder, Colorado, sirvió en Oruro, con el Centro de Ecología y Pueblos Andinos (CEPA) como parte del programa de Semilla II con CCM Bolivia.
“Nos tienen miedo ahora,” me dijo, aunque mirar el rostro amable y arrugado de Abel Machaca no impone miedo; sus ojos y sonrisa son más una invitación abierta a la amistad. Sin embargo, su historia, una de tenacidad frente a la lucha continua en contra de la contaminación de su tierra, desmiente su naturaleza de voz suave. Es un David boliviano mirando a Goliat, una amenaza al poder desde el lugar más improbable.
Abel es un pastor. Él y su hermano cuidan alrededor de 200 ovejas y 60 cabezas de ganado en la tierra de la familia, la misma donde nacieron y crecieron. Su tierra se encuentra en el corazón de una de las zonas ambientales más conflictivas y vulnerables de Bolivia, donde los intereses de la minería y la política, combinados con el cambio climático y la sequía, convergen por desgracia. Conocida como Yuracari, su comunidad está enclavada entre una cadena de colinas bajas cerca del pequeño pueblo minero de Poopó, casi equidistante entre los lagos Uru Uru y Poopó, ambos reconocidos por su importancia ecológica internacional. Abel ha visto desde su asiento de primera fila toda su vida mientras un drama de deterioro ambiental y apatía política se ha desarrollado ante él.
Él recuerda el tiempo durante su infancia cuando el río corría libremente y los pozos de su familia eran dulces. Cuando no tenían que preocuparse por los pastos para su ganado y las lluvias eran más que suficientes. Hoy, el río Desaguadero que transporta agua desde el famoso lago Titicaca flaquea y se desvanece en la tierra antes de llegar al lago Poopó. El lago Poopó casi ha desaparecido, convertido en una extensión de mil kilómetros cuadrados de cegadora sal blanca. Su tierra también, que solía ser un color rojizo saludable y rico, ahora muestra signos de enfermedad: manchas feas de blanco, plomo y amarillo provenientes de la sal y el azufre que se extraen de las minas. Los pozos de los que solían beber se han vuelto “picante” e “intomable” y tienen que alquilar otros pastos para su ganado parte del año.
Abel dice que comenzó a notar estos cambios cuando era niño y que le preocupaban. Estudiaba mucho y se cursó la secundaria en la ciudad de Oruro, a unas dos horas de su pequeña comunidad de Yuracari. Abel siempre tenía, en sus propias palabras, “la visión de poder ayudar a todo lo que es mi sector.” Este sueño incluso lo impulsó a perseguir el estudio de la agronomía en la Universidad Mayor de San Simón en Cochabamba, otras seis horas de su casa.
Pero a pesar de esta distancia, su conexión con su tierra y su familia nunca flaqueó. Durante años, hizo el viaje de regreso a Poopó cada diez o quince días para ayudar a sus padres en el campo. Su visión de “una mejora de vida” de su lugar nunca asimiló a una visión de su propio éxito o carrera; nunca fue un medio de escape de su vida como granjero y pastor. De hecho, cuando su padre se enfermó y falleció, dejó sus estudios y regresó a tiempo completo a su comunidad para ayudar a su madre. Él no terminó su carrera. En cambio, sus decisiones personifican los valores andinos de compromiso con el lugar, la reciprocidad en la comunidad, y la responsabilidad a la familia.
Aunque era el más joven de sus hermanos, Abel comenzó a asumir más y más responsabilidades para el cuidado de la tierra de su familia y su comunidad. Como evidencia de la contaminación ambiental iba avanzando año tras año, y las preocupaciones de la comunidad sobre la presencia de metales pesados tóxicos en el agua y el suelo crecían, Abel comenzó a tomar medidas formales entre las autoridades políticas locales y las mismas operaciones mineras para defender a su comunidad. Pero los obstáculos fueron grandes
“Siempre reclamamos antes las operadoras mineras,” me dijo, “pero nunca nos hicieron caso. Siempre nos tomaron como, por decir, que no sabemos nada … Una simple vista, físicamente se notaba que hay contaminación, pero ellos nos decían, ‘Demostráme. ¿Con qué estás contaminado?’ Ellos eran los ‘sabios’ que técnicamente nos podían envolver y desenvolver.”
Abel necesitaba una forma de hacer que prestaran atención. Necesitaba una forma de en sus palabras, “realmente demostrar de que sí estamos en la verdad.” Pero cómo superar las tácticas evasivas de los poderosos para ignorar las demandas de la comunidad esta es la pregunta que hicieron los israelitas sobre Goliat con desesperación.
No obstante, Abel es un hombre lejos de la desesperación, y no tener un título universitario no lo detuvo de su “búsqueda para poder demostrarles de que sí estábamos contaminados con ciertos metales.” Se volvió uno de los líderes locales de su comunidad, organizando y participando en marchas políticas y campañas para la protección del medio ambiente y prácticas mineras más responsables. En una marcha en particular, en 2013, Abel conoció a alguien que podía ayudar. Representantes de una organización Cochabambina, el Centro de Comunicación y Desarrollo Andino (CENDA), también estuvieron allí, y entrevistaron a Abel acerca de su comunidad y sus preocupaciones.
Como autoridad en la comunidad, Abel invitó a CENDA a Yuracari. Solicitó ayuda en proporcionar capacitaciones y talleres para comprender mejor las leyes ambientales y mineras a fin de respaldar su defensa local para las comunidades. Finalmente, desarrolló un acuerdo con CENDA para continuar trabajando juntos. Esto fue un paso concreto, pero no fue suficiente para Abel. “¿Qué más se podía hacer?” él se preguntó. La pregunta seguía en pie: “¿Cómo podemos demostrar con qué metales o qué elementos químicos estábamos contaminados?”
La idea surgió de desarrollar un programa de monitoreo ambiental comunitario para que la comunidad pudiera recopilar la información que necesitaban ellos mismos. Con la ayuda de CENDA, esta se volvió la honda de Abel. Expertos en el monitoreo comunitario de la calidad del agua acordaron venir de Perú para capacitar a Abel y otros voluntarios de Yuracari en el uso de equipos básicos para evaluar la calidad del agua e interpretar los resultados. A su vez, CENDA proporcionó a Abel un kit de pruebas de calidad del agua y él y otros comenzaron a analizar la calidad del agua de su comunidad cada mes.
“Ha sido difícil,” recuerda Abel. “El municipio se nos hizo difíciles de ser monitores.” En lugar de apoyo, Abel y los demás se encontraron al principio con resistencia y confusión. Cuando fueron al municipio diciendo que iban a monitorear la calidad del agua, se les cuestionó: “¿Quién les ha autorizado?”
“Los técnicos mismos se creían que todo sabían ellos, que tenían ellos la razón, no nosotros,” dice Abel. Pero a pesar de las asimetrías de poder, seguía adelante. “El tiempo ha ido y hemos seguido practicando tanto, ya con talleres hemos ido reafirmándonos.”
Ahora, cuatro miembros de su comunidad y cinco de otras comunidades aledañas, cinco adultos y cuatro jóvenes, están capacitados y participan activamente en el monitoreo de una red de ubicaciones a lo largo de la cuenca, arriba y abajo de las operaciones mineras. Para su alegría se sumaron jóvenes del colegio de Totoral del municipio cercano de Antequera. Abel y los demás recopilan los resultados y les informan a sus municipios, ganando reconocimiento y respeto lentamente. Abel fue invitado a presentar su experiencia en una conferencia de salud en Oruro y cada vez más se lo ve como un recurso para otras comunidades, alguien que puede responder a preguntas sobre la calidad del agua.
Abel también trabaja estrechamente con un socio de CCM en Bolivia, el Centro de Ecología y Pueblos Andinos (CEPA), ubicado en Oruro. CEPA apoya a Abel y otros líderes locales en sus esfuerzos de defensa del medio ambiente a través de la incidencia política, capacitaciones técnicas para las comunidades, inspecciones de las minas, y la coordinación de una base unida de comunidades afectadas. A largo plazo, con el respaldo de instituciones y organizaciones como CENDA, CEPA, y CCM, Abel realmente cree que puede lograr un cambio real.
“Las operadoras mineras tienen pues sus salidas para poder violar todos los reclamos que hicimos. Pero ahora ya no … Ahora nos escuchan,” dice. “En cualquier reunión que tenemos con los ministerios, con los técnicos, tranquilamente se puede explicar, inclusive hemos explicado, cómo es nuestro monitoreo y podemos decir que estas aguas están de mala calidad … Esto hemos hecho y estábamos en la verdad.”
Cuando yo le pregunté cuántos años tenía, sonrió y sacudió la cabeza. “O bastantes años pues, pero no importa eso,” me respondió. A pesar de su edad, está lleno de energía y quiere ver nuevos grupos de monitores comunitarios crecer y expandirse en toda la región. Lo que cuenta, dice, es que sigue apoyando a las comunidades a alcanzar su derecho a la información sobre su agua y el medioambiente. Esta representa su nueva visión.
“Es una satisfacción ser monitor del agua,” me dice. “Se puede conseguir muchas cosas con la información.”