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Famous illustration of South America by Joaquin Torres Garcia, often called the Upside-down Map (1943)

Larisa Zehr trabaja en acompañamiento comunidad por CCM Colombia. Este ensayo fue publicado en el 31 de agosto en su blog personal, From I to We.

Me levanté esta mañana (31 de agosto) con las notas del cacerolazo sonando en mis oídos…. Y todavía no he llegado a Colombia.  Si no han estado leyendo las noticias, Colombia se está moviendo con miles de su gente en las calles, marchando, gritando, bloqueando a las carreteras, y golpeado a los chócoros de la cocina mientras continúa un paro nacional, que está por cumplir dos semanas.  Primero de todo, es un paro agrario, pero nuevos grupos salen a las calles todos los días- camioneros, estudiantes, asociaciones de cultivadores de arroz, cebolla y papa, trabajadores en las empresas de petróleo y los servicios de salud.

Colombia está experimentando (los últimos 60 años y más) un cambio masivo rural a urbano, mientras una falta de políticas de desarrollo rural, violencia, intereses de empresas multinacionales e inequidad de tierras hace que la vida campesina sea cada vez más difícil.  Estos disturbios muestra la gravedad de los asuntos.  Negociaciones están en marcha, pero con un fondo muy inestable, y el sentido de indignación e injusticia es fuerte.  (Desde que lo escribí, las negociaciones han logrado algunos acuerdos, pero muchas de las causas de raíz están muy poco tocadas.)

Los y las Colombianos están despiertos y actuando con coraje.  Después de casi 60 años de conflicto armado, siglos de opresión rural, represión violenta contra organización comunitaria y protesta, falta de opciones políticas, y todavía están saliendo a la calle. Exigen que sus demandas dignas como ciudadanos y amantes de su tierra sean contestadas.  Un video de las protestas utilizó la canción Latinoamérica por Calle 13 (si no la han escuchado, escucha!), que se ha vuelto un himno de poder del pueblo y orgullo en América Latina, y hoy, en Colombia.

La canción dice, entre muchas cosas profundas, mi tierra no se vende ; quien no quiere a su patria, no quiere a su madre; and ¡qué vivan las américas!

Hoy, escribiendo de los EEUU, quiero decir SI!  ¡Qué viven las Américas, pero todas las Américas!  Quiero despedirme de mi país, donde he pasado los últimos dos meses, con el espíritu de otro país, en el cual tengo el gozo y el privilegio de vivir.  Quiero pararme en el techo y gritan ¡Despiértense! ¡Amemos a este lugar, y tratarlo como si lo amaramos!

Estos dos meses han sido trágicos.  Llegúe a leer sobre Trayvon Martin y la absolución de George Zimmerman; salgo a la vez que nuestro Presidente- para quien voté!- está persiguiendo un ataque unilateral contra Siria.  Sé que si están leyendo eso, no tengo que gritar sobre cultivos transgénicos, irrigación del Río Colorado en los desiertos, parqueaderos, Starbucks y McDonalds, la cultura del consumo, y los tratados de libre comercio que insistimos firmar con países como Colombia, forzando a los y las campesinos a desechar sus semillas, vender, y mudarse.  Sé que saben.  Pero todavía estoy intentando entender mi relación con mi país (aún decirlo así es incómodo), y quiero que esté basada en amor, no en tragedia.

Quiero vivir como si me importara este país suficientemente para gritar al periódico todas las mañanas.  Quiero seguir a los pasos de los y las Colombianos mientras protestan positivamente por comprar 770- los primeros números del código de un producto que significa que está hecho o cultivado en Colombia.  Quiero cantar sobre los colores de mi bandera, cocinar la sopa nacional, ser aficionada intensa de la selección nacional en la Copa Mundial, y llevar ropa que muestra mi amor para este lugar, como mis amigos y amigas Colombianos.  Quiero recordar que la tierra acá es sagrada, el agua y el aire, y sentir que hacen parte de mi comunidad, como muchos Colombianos quienes conozco.  Quiero poder decir honestamente y sin ironía, que amo a mi país y mi tierra, no como el estado policiaco superpoder que pueden empujar a sus políticas económicas sin importarse los efectos a los demás, pero como un lugar que merece y que necesita amor honesto y respeto.

Mientras Colombia se compone de campesino/as, nosotros somos campesino/as.  En esto dos meses he podido ver cómo tan vasto y variada es esta tierra y su gente.  Cultivadores urbanos de comida en Pittsburgh, progresistas quietas en Akron, familias de ciclistas en Harrisonburg, guardianes de agua en el desierto, cruzadoras de la frontera en Arizona, lugares seguros en San Francisco, pensadores alternativos en DC, activistas en las cárceles de Baltimore.  Somos.

Quiero amar a mi país, y creer en ella suficientemente para luchar por ella, no solamente despreciarlo como el gran imperio malo.  Para que nuestra diversidad y dignidad estén expresadas como el normal, no el alternativo.  Para que empecemos a vivir en toda nuestra identidad y demandar que nuestro gobierno la honra.  Para que la gente que vive en los márgenes esté reconocida como lo que es, la mayoría, y empiecen a ejercer su poder.  Para que reconozcamos que ganaremos mucho más si tomamos unos pasos hacia la tierra y empezamos a colaborar con nuestros vecinos.  Para que también salgamos a la calle.

Quiero poder gritar, al lado de Colombia y toda América Latina, ¡qué vivan las Américas!  Y querer decir, sin duda, arriba y abajo en todo el continente.

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