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Tobias Roberts es un trabajador del servicio de CCM en Nebaj, Guatemala
En el transcurso del año pasado, mucho se ha escrito en relación al “fenómeno” de la migración de jóvenes centroamericanos hacia los Estados Unidos. Varios ensayos, análisis y artículos de opinión se derivan de todos los lados del espectro político, pero tienden a coincidir en algunas causas generales, pero vagas, de esta migración. La pobreza, la violencia, la falta de empleo y el encanto del “sueño americano” son cuatro causas recurrentes que se cita a menudo como factores que impulsan a la juventud centroamericana a dejar sus comunidades en busca de una vida mejor en Norteamérica. Los comentaristas políticos pueden estar en desacuerdo sobre las causas de esta violencia, pobreza o falta de empleo, pero sería difícil argumentar en contra de la centralidad de estas cuatro causas predominante de la migración que son casi universalmente aceptadas.
Estas cuatro causas son tan ampliamente aceptadas que el gobierno de Estados Unidos está dispuesto a cometer mil millón de dólares para un tal “Plan de la Alianza para la Prosperidad”. Este plan que trabajará con los gobiernos de Guatemala, El Salvador y Honduras surgió desde el dramático aumento de la migración infantil/juvenil centroamericana durante el año pasado y se centra en cuatro componentes principales: impulsar el sector productivo con el fin de crear mejores oportunidades económicas, el desarrollo de oportunidades para el capital humano, la mejora de la seguridad pública, y la creación de un mejor acceso a la justicia. A pesar de que muchos críticos ven este plan como otro intento de injerencia norteamericana en los asuntos de América Central, y aunque está obviamente plagado de cláusulas que exigen la apertura de la economía para mejorar las condiciones de negocio para la inversión extranjera, es revelador que el plan se justifica en la luz de los cuatro “causas” de la migración mencionadas anteriormente.
En diciembre de 2014, el Comité Central Menonita, una organización que trabaja con jóvenes centroamericanos en las áreas de desarrollo y construcción de paz, reunió a 30 jóvenes de Guatemala, Honduras y El Salvador para analizar por qué tantos jóvenes de sus países tomaban la decisión de migrar. Después de tres días de intensas discusiones, los temas de la violencia urbana, la pobreza, la falta de empleo y el encanto del sueño americano fueron mencionados por los jóvenes que participan en los debates como las razones principales que empujaron a muchos jóvenes salir de sus comunidades de origen.
Pero debajo de estas “causas” tan persistentemente redundadas de la migración, había algo más profundo que descubrieron los y las jóvenes. Estas explicaciones para la migración no fueron, tal vez, causas en sí mismas, sino más bien síntomas de otra causa subyacente más elemental y fundamental.
Durante uno de los debates, Feliciana Herrera, una joven de Nebaj, Guatemala, mencionó que “muchos de los jóvenes de mi pueblo están decidiendo por migrar porque se sienten alienados y enajenados de la vida de la comunidad.” La alienación y la enajenación son dos indicadores explícitos de una sociedad que se ha vuelto des-terrada; literalmente sin tierra ni pertenencia. Esta carencia de una comunidad coherente y arraigada fue un sentimiento que surgió continuamente durante los tres días de debates.
Para ir más allá de la definición de las cuatro “causas” acordadas sobre la migración, vamos a tratar de analizar estas “causas” como síntomas de una causa más profunda; la de una sociedad cada vez más “des-terrada” en donde los y las jóvenes deben encontrar maneras de sobrevivir.
Fue interesante ser ver cómo muchos de los y las jóvenes durante el debate mencionaron asuntos familiares como una de las principales razones de que tantos jóvenes tomaron la decisión de migrar. Con demasiada frecuencia, es fácil quedarse con las causas estructurales de la migración, pasando por alto el hecho real de que muchos jóvenes optan por emigrar debido a problemas personales dentro de la familia.
La violencia de género, el machismo y familias desintegradas eran tres preocupaciones planteadas durante el debate, mientras que muy pocos de los jóvenes mencionaron explícitamente la pobreza como causa directa de la migración. Según Salvador Hernández, una joven de Morazán, El Salvador: “Por supuesto, la pobreza es un problema que conduce a la migración, sobre todo cuando hay un padre que gasta todo el dinero familiar con en alcohol y maltrata a su esposa e hijos.” Marisela López, de Nebaj, Guatemala añadió que, “muchas mujeres jóvenes de mi comunidad se ven obligadas a emigrar porque después de tener una relación con un chico, son considera ´usadas´ y ya no sirven para crear una familia.”
Estos testimonios ilustran cómo la ideal de una familia como lugar seguro, íntimo, y de pertenencia ha fracasado. Esta desintegración de la vida familiar se ve agravada por los miembros que emigran debido a situaciones familiares poco saludables, dejando así la unidad familiar aún más precaria y así dando lugar a más migración. Un joven centroamericano podría tener a su madre que vive en California, su padre en Nueva York, un hermano mayor en Miami mientras que el vive con su abuela, quien es cada vez mayor e incapaz de cuidar a sus nietos. En situaciones como esta, es fácil ver cómo la juventud centroamericana pueda sentirse distanciada, desconectada y des-terrada de la intimidad de la vida familiar.
La violencia urbana de América Central está bien documentada y muchos analistas coinciden en que el “Triángulo Norte” de Guatemala, El Salvador y Honduras es la región más peligrosa y con mayor tasa de criminalidad del mundo. Aunque hay muchas facetas de esta violencia, las pandillas juveniles son una innegable contribuyente.
La gran mayoría de los delitos cometidos por las pandillas juveniles están en contra de los pequeños negocios familiares que hay en el territorio donde operan las pandillas. La extorsión es una práctica común y los que no pagan las pandillas enfrentan la decisión de huir de sus hogares o ser asesinados. Este tipo de violencia expone la ruptura de cualquier tipo de vida comunitaria en los barrios urbanos. Estas comunidades dejan de ser lugares que se caracterizan por la confianza y compañerismo y se vuelven lugares de hostilidad y miedo, donde la gente se apresura en llegar a casa después del trabajo para encerrarse detrás de cercas de alambre de púa y ventanas enrejadas.
Frente a este contexto comunitario, muchos jóvenes se sienten cada vez más divorciados de cualquier sentido de pertenencia a sus comunidades de origen. Luis Reyes, un joven de Metapán, El Salvador, compartió que “si yo fuera extorsionado por una pandilla, no hay duda de que saldría de mi comunidad la primera oportunidad que tuve.” La precariedad de la vida en las comunidades urbanas de América Central es cada vez más des-terrada y muchos jóvenes se ven obligados a aceptar la movilidad como una respuesta de supervivencia a la inseguridad y la violencia.
A las élites empresariales centroamericanas les encanta ensalzar su supuesta destreza para la creación de empleos para los y las jóvenes. La publicidad y anuncios continuamente aluden a los miles de puestos de trabajo creados por el sector privado en América Central. El problema, sin embargo, es que la mayoría de estos puestos de trabajo están mal pagados, inestables y carentes de cualquier sentido de posesión o participación activa de la juventud trabajadora. Un sentido de pertenencia que anima a la participación en el trabajo productivo es indispensable para tener un sentido de afinidad y goce por ese trabajo.
Una joven centroamericana que trabaja en un almacén, un banco o una maquila rara vez tiene oportunidad de influir en la dirección de su trabajo. Esta sensación de impotencia junto con los gerentes abusivos y el salario de miseria es a menudo un catalizador para la migración. Según Abner Godínez, un joven de la ciudad de Guatemala, “para muchos jóvenes, si la única opción (de trabajo) es ser un peón por algún patrón, entonces tiene más sentido hacerlo en un lugar que paga un poco mejor.”
Por último, llegamos a la cuestión del encanto del sueño americano. Sería limitante suponer que los migrantes centroamericanos arriesgan sus vidas en cruzar fronteras sólo porque están seducidos por la forma de vida norteamericana. El encanto por esta aparente abundancia y vida sin límites es también el resultado de la colonización cultural.
La globalización de la cultura occidental ha dado lugar a la incursión de una mentalidad y un paradigma que des-tierra a comunidades “arraigadas” en sus lugares o territorios. Estas comunidades, muchas veces indígenas y campesinas, se tachan de atrasadas, folclóricas y cada vez más obsoletas. Los y las jóvenes son alentados a adaptarse a los tiempos y entregarse a las demandas de la sociedad moderna. Instituciones de educación occidentalizadas son a menudo a la vanguardia de este desmantelamiento de las culturas indígenas y campesinas arraigadas.
Gaspar Corio, un joven Maya Ixil de Nebaj, Guatemala, comparte que “en la escuela se enseña que como jóvenes tenemos que hacer todo lo que podamos para ser diferentes a nuestros padres que son campesinos. La agricultura campesina y la vida tradicional ixil son consideradas atrasadas según este sistema de pensamiento y la educación es el camino para dejar atrás ese estilo de vida.”
La colonización cultural a través de la educación occidentalizada, los medios de comunicación y otras fuentes es en parte responsable del éxodo de jóvenes centroamericanos de las comunidades rurales. Estos jóvenes, separados de una comunidad y tradición arraigada, se ven obligados a sobrevivir dentro de la economía monetaria impersonal y competitiva. Esta economía es el epítome de la sociedad desterrada ya que exige movilidad de los trabajadores, los consumidores se desenganche de las fuentes físicas de su consumo y se amplía la brecha entre los productores y los consumidores también. Frente a las exigencias de esta economía, muchos jóvenes consideran que la migración es su mejor oportunidad para tener éxito.
Después de haber analizado las cuatro “causas” aceptadas de la migración desde la perspectiva de una sociedad “des-terrada”, las supuestas diferencias entre América del Norte y las sociedades centroamericanas comienzan a mermar. Aunque la pobreza en América del Norte puede ser menos cruel que en Centroamérica, la cuestión de las relaciones familiares afecta a los jóvenes por igual en ambos lugares. A nivel comunitario, los temas de las pandillas juveniles y la extorsión pueden ser menos severos en América del Norte, pero las comunidades son lugares cada vez más anónimos y fríos que no inspiran ningún sentido de devoción o lealtad.
En cuanto al mercado de trabajo, la única diferencia tiene que ver con el pago. Los jóvenes que ingresan a la fuerza laboral en América del Norte son incitados para ser itinerantes y abiertos a “mudarse a donde hay trabajo”, así como con la juventud centroamericana. Por último, la mentalidad empuja a los jóvenes a abandonar lo viejo a favor de la modernidad está muy metida en las cabezas de los jóvenes de América del Norte también. Una reciente publicidad de la bolsa de valores NASDAQ da la bienvenida de los jóvenes al siglo “más inteligente, más brillante, más verde, más conectado, más responsable, más inspirador, más impulsado por la tecnología, todo-es-conocible, nada-es-imposible, no-problema-es-demasiado-grande.” Con esta descripción tan efusiva del nuevo siglo, ¿quién no se entregaría de corazón a las maravillas de la modernidad?
Quizás las causas del fenómeno migratorio no son exclusivas a la realidad centroamericana, sino que son simplemente manifestaciones de la estructuración de nuestra sociedad global. Dentro de nuestra sociedad colectivamente des-terrada, jóvenes de América del Norte y Centroamérica se ven obligados a ponerse de pie contra una civilización que delimita un camino muy estrecho que lleva al supuesto éxito mientras que oculta cualquier alternativa.
Es el momento de ir más allá del análisis superficial de las “causas” convencionales y aprobadas de la migración (la pobreza, la violencia, la falta de empleo, y el encanto del sueño americano) con el fin de emprender el trabajo duro de hacer frente a la realidad de nuestra sociedad desterrada que nos afecta a todos por igual. Juan Carlos Terraza, otro joven de Nebaj, Guatemala, lo resume así: “La mejor manera de hacer frente a la migración es crear comunidades que funcionan para los jóvenes.” Todos tenemos que aprender a crear comunidades que se arraigan en su lugar y nos inspire para quedarse y vivir bien en ese lugar.
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