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En 1491, el territorio que ahora llamamos las Américas estaba lleno de comunidades con muchos colores y sonidos de arte floreciente, con producción de alimentos muy sofisticada y diversa, con sistemas y alianzas políticos complejos, con caminos de intercambio cruzando las cordilleras del continente. Con la llegada de los europeos, los virus de Europa, la violencia y las intenciones de los blancos de saquear y esclavizar, se eliminó entre 50-95% de la población originaria en la región, con variaciones en cada contexto. No hubo interés en aprender de los pueblos que vivían en esta tierra, sino solo planes de colonizar y apropiarse de los recursos comunes.
A los 500 años de la imposición de europeos en estos territorios, tuve mi primer encuentro con pueblos originarios. Viví durante el mes de julio de 1992 en una comunidad Embera en la selva tropical panameña, cerca de la frontera con Colombia. Solo allí empecé a tener ojos y oídos para considerar otra visión de la creación de Dios, de la Madre Tierra, y de otra manera de ser comunidad. Como una joven urbana menonita de segunda generación llegada de Europa a Canadá, había voces de estos territorios que nunca había escuchado, ni había considerado su existencia. Vislumbré belleza en esta comunidad remota, y también sentí temor por la inminente llegada de destrucción por actores externos. Sin tener mucha claridad a los 18 años, sabía que me encontraba con voces que podrían ayudar a recuperar algo perdido, sanar algo dañado.
Desde entonces, he tenido el privilegio de vivir y trabajar en América Latina durante 25 años, caminando con procesos que acompaña el Comité Central Menonita en la región. Trabajamos con iglesias, con ONGs, con comunidades afro-descendientes y de pueblos originarios, y tenemos la intención de compartir recursos, ideas y sueños entre muchos grupos diversos para fomentar la dignidad.
Al mismo tiempo, reconocemos que, en las Américas, existe una larga historia y una realidad muy presente de opresión hacia pueblos originarios de estas tierras. Desde nuestros valores y compromiso con desmantelar formas de opresión, decidimos facilitar un espacio para aprendizaje colectivo entre diversas personas de pueblos originarios de la región. Aunque representan más de la mitad de la población en los contextos de Bolivia, Guatemala o el sur de México, son voces que siguen opacadas, despreciadas y hasta eliminadas por el racismo y la presión de asimilación a los sistemas políticos-económicos-culturales dominantes. Para sanar algo de los daños, escuchar es un primer paso hacia el cambio, aunque sea insuficiente.
Con este objetivo, en el mes de marzo, nos encontramos en la Ciudad de Guatemala 24 personas desde México, Guatemala, Honduras, Colombia y Bolivia – mayormente de pueblos originarios. Participaron de 11 diferentes organizaciones y comunidades locales.
Cuando me acuerdo del encuentro, me viene a la mente las voces de Claudia y Anabel, mujeres jóvenes de pueblos originarios acompañando comunidades en resistencia del sur de México. Durante el encuentro, ellas fueron inspiradas por Irene, una madre de 10 hijos del altiplano boliviano, quien les explicaba cómo participaba en protestas con su pollera y sombrero puesto. Irene fue incluida por Vicky en un proceso de crear huertas urbanas con decenas de verduras y hierbas en un desierto a 4000 metros de altura. Viven un compromiso de compartir vida. Pienso también en Susana, una mujer canosa, maya, quien lidera acciones y consultas comunitarias para presionar el respeto de empresas por el territorio indígena. Personas como ella ha mentoreado muchos jóvenes como Valeriano, Gabriel o Petul, quienes en los territorios de San Marcos, Guatemala, el Norte de Potosí, Bolivia o Chiapas, México, están animando a sus pares a encontrar raíces en los saberes ancestrales. Escucho el llamado de Marcos, igual que estos compañeros, de construir el Buen Vivir.
No me olvidaré de Carmen Lourdes quien ha luchado por validar su derecho de soñar, aprender y educar como mujer maya. Me quedo pensando por las palabras de Iván, quien rescataba la esencia de otra cosmovisión desde su conocimiento como lingüista. Mi espíritu quedó tocado por la forma incluyente que Manuel y sus colegas nos guiaron alrededor del altar maya que construimos juntos, como herramienta de fortalecer corazones. Camino con Santiago, Juan, Patrocinio, Eduardo, mientras buscan la manera de juntar su fe cristiana con la sabiduría ancestral de sus pueblos. (Por favor ver nombres completas y organizaciones abajo)
Todas estas personas nos invitaron al Comité Central Menonita a escuchar y reconocer la sabiduría y agencia de pueblos originarios en América Latina. Tomé muchas notas con cuidado, pero las voces se mezclaron, tejiendo una voz común. Comparto aquí sus palabras, tal cual como las anoté, pero sin necesariamente acordarme quien dijo que. Estas son palabras colectivas de belleza, dolor, gratitud y cambio. Quiero que los escuchen en sus propias palabras:
“Debemos tener claro cuáles son nuestros derechos como pueblos originarios, porque estos derechos no son una concesión. Nadie nos los ha regalado…Llevamos más de 500 años luchando por nuestros derechos. El Estado nunca nos dirá “toma, esto es tuyo, te pertenece”. Lamentablemente esa ha sido nuestra realidad durante los últimos 500 años y hemos estado luchando todos los días. Mi abuelo me dijo ‘vas a tener que ir a la ciudad para reclamar tu derecho a la educación’. Tenemos que irnos, para sembrar nuestros propios derechos. Lo que estamos disfrutando ahora es lo que otros han sembrado antes que nosotros: estos derechos no se han recibido, sino que se han tomado. Así que tenemos que diseñar y crear nuestras propias formas de organizarnos, saber cuál es nuestra herencia, para que quienes vengan después de nosotros no sean desarraigados, no pierdan sus costumbres y su lengua, y puedan enterrar su ombligo en el centro de su casa”.
Compartieron palabras muy claras sobre las tensiones entre su relación con la Madre Tierra o la Pacha Mama, y las imposiciones del contexto actual. Reafirmo que, a estas alturas de la historia, la salvación no vendrá a través de cambios técnicos, sino por repensar la forma de vivir, de agradecer y de amar:
“Nos dicen que somos pobres y que necesitamos estas empresas, convenciéndonos que así tendremos dinero. Pero tenemos que darle la vuelta y decir ‘basta’”
“Como pueblos originarios, estábamos acostumbrados a vivir con árboles y los cerros, para agradecer a Dios. Nos dicen que necesitamos carreteras – pero si sembramos y comemos en nuestras comunidades, las carreteras son para otros…”
“Hay que bajar al corazón el amor para la Madre Tierra.”
Compartieron mucho sobre el conocimiento ancestral, que es conocimiento de vida y de resistencia:
“Hay diálogo, normalmente empezando con las mamás. El diálogo ocurre en el Temazcal – es el lugar donde entramos al calor, con plantas, y nos sanamos. Son diálogos entre abuelos y abuelas, quienes son sabios. Nos dan reglas. Nos previenen del daño. Nos hacen ceremonias mayas – limpias. Hay dos guías espirituales – el amargo y el dulce. Y tenemos la comida sana. Nuestros abuelos no comían comida chatarra. Trabajamos para la empresas porque compramos sus productos….en vez de comer sano. En nuestros territorios, producimos orgánicamente. No compramos para matarnos.”
Pero ciertamente a este conocimiento no se ha dado el peso necesario en la sociedad general:
“Yo soy madre tierra también. No tenemos cartón de la universidad. Tenemos ideas, pero no nos escuchan. Quiero que alguna institución reconozca lo que sabemos”
“El sistema educativo actual es un sistema de pérdida. El sistema [moderno, europeo] nos forma para ser especialistas, pero en las comunidades aprendemos de todo: la siembra, la cosecha, la música, todo. Lo de ahora crea rupturas generacionales porque sólo tenemos que ser buenos en una cosa y eso es todo lo que nos enseñan”.
Las rupturas han sido resultado de violencia desde afuera hacia las comunidades originarias, lo que también cataliza violencia desde adentro de las comunidades. Sabemos que las comunidades de pueblos originarios no son ideales. Una forma de opresión cruza con otras formas de discriminación:
“Tanto la violencia de las empresas como la violencia contra la mujer se ha normalizado. Ya no es visto como violencia desviar un río.”
“Lindo sería si el gobierno cuidara en todos los sentidos de los pobres. Tenemos que solo aguantar. Como mamás, tenemos que sencillamente levantarnos y seguir. Pero el cuidado emocional y mental también es parte de la justicia. Aguantarse no es una solución; es otra violencia encima de otra.”
Pero en medio de la violencia, también se está encontrando fuerza y vida para transformar:
“Las mamás nos decían, “eres mujer, no eres para estudiar, eres apta para limpiar, cocinar, lavar ropa”. Viví esto de trabajar en la casa y esperar al hombre con su comida. Ya han cambiado las cosas, tanto para hombres como mujeres. Pero la pelea era tremenda para cambiar. Hemos luchado para tener escuelitas, para que mujeres aprendan a leer y escribir. No podíamos firmar nuestros nombres antes. Si no sabíamos firmar, no teníamos acceso a ningún trámite. Si no sabíamos castellano, no podíamos hacer casi nada en la sociedad. Pero hemos puesto nuestras hijas en la escuela. Ahora saben. Ahora las mujeres son más valoradas….Hemos aprendido a hacer manifestaciones; hemos aprendido a expresarnos, aunque con temor, pero lo hacemos. Tenemos que llevar la voz. Basta. Somos mujeres trabajadoras y vamos adelante. Nos hemos conocido a nosotras mismas primero para explicar a nuestros hermanos nuestro valor.”
“En muchas comunidades, son las mujeres que hacen la lucha, pero cuando llegan el momento de la plataforma pública, los hombres se ponen al frente para hablar y dejan a las mujeres al lado. Pero las mujeres también ponen sus cuerpos para luchar. En estos procesos de lucha, hay que también sanar. Somos las sanadoras y las cuidadoras. Esto también tiene que ser revindicado.”
Y vemos que hay esperanza en lo que está surgiendo de las vidas sanadoras. En la medida que las comunidades originarias están retornando los saberes ancestrales, y desintoxicando las tierras de la adicción a los químicos que sufren por causa de las empresas agro-industriales, la gente está volviendo a ver el cóndor, ave andino majestuoso que no aparecía por años. En las ciudades, se están organizando huertas, y donde al principio tenían que polinizar artificialmente por estar en un ambiente tan hostil, ahora están llegando las abejas y los colibrís. La naturaleza se está recreando.
“Colectivamente tenemos espacios de sanación….Nos escuchamos y nos sanamos de manera horizontal. Quitamos barreras y lo que nos une es lo que está en nuestro corazón. Son espacios de compartir los saberes ancestrales. Tenemos espacios de celebración. Agradecer es terapéutico. Nos estamos sanando con la Madre Tierra.”
Al final, nos dijeron al CCM “Por favor, queremos que nos vean como aliados, no como tema u objetos de un proyecto.” Sí, queridos pueblos sabios, queremos aprender a escuchar y caminar hacia la transformación mutua.
Personas y organizaciones participantes:
Claudia Binisa Perez Alcazar – SERAPAZ, Mexico
Anabel Guerrero Vargas – Centro de Estudios Ecuménicos, Mexico
Irene Tola Jimenes – Fundación Comunidad y Axión, Bolivia
Victoria Mamani – Fundación Comunidad y Axión, Bolivia
Susan López – Pastoral de la Tierra – San Marcos, Guatemala
Valeriano Vásquez – Pastoral de la Tierra – San Marcos, Guatemala
Gabriel Acarapi Chuca – Prodii, Bolivia
Pedro Mariano Gomez Perez (Petul) – Voces Mesoamericanas, Mexico
Marcos Ramírez Domingo – Pop N’oj, Guatemala
Carmen Lourdes Petzey – ANADESA, Guatemala
Iván Oropeza Bruno – Centro de Estudios Ecuménicos, Mexico
Manuel Perez Gomez – SERAPAZ, Mexico
Santiago Iquí – INEMGUA, Guatemala
Juan Gutierrez Mamani – OBADES, Bolivia
Patrocinio Garvizu – MCC Bolivia
Eduardo Segundo – Comunidad Guaraní Caipepe
Bonnie Klassen es Directora de Área del CCM para América del Sur, México y Cuba.