Creo fielmente que las experiencias que se viven no son por casualidad, que te enseñan grandes lecciones de vida, que te ayudan a crecer y ser más consciente de lo que otros viven. 

En esta historia quiero hablar acerca de lo que Dios me ha querido enseñar y lo que puedo aprender por medio de otras personas. No sé cómo exactamente expresar lo que sentí desde esa experiencia, pero en una plática dije: ¨Señor algo que quiero desarrollar durante este tiempo de intercambio es crecer y crecer más que en conocimiento (aunque lo he tenido) es crecer en una vida llena de todo lo digno para ti. Crecer en conciencia, amor, empatía, más humildad y disfrutar de cada momento¨. 

En el país de Honduras donde estoy ejerciendo mi voluntariado con la organización socia CASM (Comisión de Acción Social Menonita) he estado participando en distintas actividades que se realizan gracias al componente de Medios de Vida que tiene el programa de Migrantes Retornados. El programa ofrece los siguientes servicios: la ayuda humanitaria, el acompañamiento psicológico y en el componente de Medios de Vida, donde estoy apoyando directamente, brindar oportunidades de vida al migrante por medio de becas, inscripciones a cursos técnicos o dar capital semilla para aquellos que quieren emprender un negocio, que fomenta el auto empleo y activa la economía del país. 

Era un miércoles 8 de diciembre cuando íbamos camino al departamento de Yoro a hacer entregas de algunos insumos y artículos para agricultores. Se aprovechó esa visita también para llevar unos productos para pulpería a la beneficiaria Norma Ramírez.  

En el departamento de Yoro, donde vive Norma, existe una migración interna, pero la migración más alarmante es la externa. Yoro alberga una población de más de 572,000 habitantes, donde la región es aproximadamente 75% rural. El trabajo que desarrolla la mayoría es ser productores agrícolas, donde abundan los cultivos de café, frijol y maíz. Las oportunidades de vida son muy limitadas: hay falta de energía, con muy poco acceso a la educación y falta de empleo.  

Antes de llegar al centro hay una desviación para llegar a la comunidad de Norma en medio de una carretera de tierra en un camino de aproximadamente dos horas, atravesando las piedras y un río, apreciando paisajes hermosos y mirando 3 o 4 comunidades de 15 a 20 casas subiendo hacia las montañas y recorriendo miles de árboles.  

Hay un punto en recorrido donde solamente se ve avance hacia arriba y exactamente la casa de Norma esta en la punta mas alta de todos los montes alrededor, es toda una travesía el llegar a este lugar, incluso a la camioneta hay que ponerle la doble para que al subir el auto no venga de retroceso. 

Gocé de uno de los paisajes más bellos que he visto en mi vida, mirando como el sol comienza a esconderse, contemplando los montes más cercanos, observando toda la comunidad pequeñita desde arriba, disfrutando del cambio de temperatura y la vista visible de una neblina densa. Ninguna vez había escuchado un sonido tan profundo que hacen los árboles cuando son mecidos por el viento y pude tomar aire; con una percepción de olor muy puro, refrescante y apacible: 

¡La felicidad también se encuentra en estas apreciaciones del Creador! 

Miramos una comunidad con mucha vegetación y con grandes cultivos naturales, pero con limitación de educación, salud, agua, luz y oportunidades de vida. 

Miramos la vida de Norma y su contexto; una mujer de mi edad de 25 años con dos hijos, con gran esfuerzo luchando en esta vida y por su familia junto con su esposo, un agricultor. En algún momento, como muchos hondureños, dejo su país para intentar el viaje hacia los Estados Unidos. Así nos contó Norma su historia de migración:  

“Al pensar en las pocas opciones que tenía, decidí tomar la ruta migratoria el 2019, ante tantas penurias y limites que atravesábamos como familia, dejé todo en busca de un mejor porvenir para mis hijos. Sin embargo, en México, cuando iba a bordo del tren llamado “la gran bestia”, me caí, ocasionándome un gran problema por la pérdida de uno de mis miembros inferiores. Estuve un mes internada y comprendí en ese tiempo por qué ese tren era llamado de esa manera. Todos le temen. Son grandes los riesgos ante tanto movimiento y la altura que tiene, te puede quitar la vida y robarte tus sueños. Al regresar a Honduras vine mucho peor de cómo me fui. 

“Regrese destrozada por dentro y por fuera, quería morirme pues había perdido mi pierna y eso me limitaba aún más para ser independiente.” 

Al escuchar la narración de una historia como esta, entra en mi un sentimiento de tristeza, pero también de mucha empatía por esas personas. Creo que eso hace falta en muchos corazones para hacernos sensibles a las necesidades de otras personas. Pero necesitamos más que estos sentimientos, no sólo basta saber la historia. Estando en ese lugar me pregunté cómo es que puedo ayudar o apoyar de alguna manera, la verdad es que no tengo la respuesta correcta.  

“El contar con el apoyo de mi familia, el amor de mis hijos y mi esposo, me han dado el suficiente soporte para continuar,” sigue Norma. “Dios me dio otra oportunidad que no pienso desaprovechar. Él puso en mi camino organizaciones como la que me brindo mi prótesis y CASM que a través del Programa Migrantes me apoyó para el establecimiento de un negocio. Han sido una luz en medio de la oscuridad, estoy más que agradecida, porque me han devuelto las esperanzas de que puedo seguir adelante.” 

Las acciones tal vez no cambian miles de vidas; a veces se trata de impactar una vida. Una acción como escuchar es importante, el colaborar con alguna organización es bueno, no ser indiferentes y conocer del tema. Y quizás en el futuro haya otra oportunidad de impactar otra vida y así sucesivamente. 


Elda Antonio Garcia trabaja con CASM como asistente de comunicaciones e incidencia en temas de migración como parte del programa YAMEN de CCM.

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