La primera vez que pensé profundamente en América Latina fue probablemente durante un curso de literatura posmoderna que tomé en pleno invierno durante mi licenciatura en la universidad. El invierno en mi ciudad natal es largo, oscuro y muy frío, e incluso para los lectores libros más apasionados, o para y una estudiante de tercer año de literatura, leer en el invierno requiere un gran esfuerzo. Con todo, ya podrás imaginarte que refrescante fue cuando abrí el libro de Cien años de soledad y descubrir todo un mundo caribeño de colores brillantes, que en ese entonces era el polo opuesto a mi oscuro apartamento durante el invierno canadiense. Me quede fascinada con las descripciones que Gabriel García Márquez hacía de los pájaros tropicales y las frutas fragantes, y pues, en mi ignorancia total, decidí agregarle a mi lista de lugares que me gustaría visitar algún día: “algún lugar de América Latina”.

Diez años después, “algún lugar de América Latina” es probablemente la descripción más precisa de donde ahora vivo y trabajo. Después de dos años en Haití, ahora vivo en la Ciudad de México, aunque comencé a escribir esta reflexión desde Cartagena, esa colorida ciudad en la costa caribeña de Colombia que le brindó a García Márquez la inspiración de su trabajo en una gran parte. Se siente como un cliché escribir sobre García Márquez en Cartagena, especialmente aquí en esta librería donde el estante detrás de mí contiene toda su bibliografía traducida al inglés. Desde que hice mi curso en aquel entonces hasta ahora, he leído a muchos más escritores latinoamericanos, pero el trabajo de García Márquez sigue ocupando un lugar especial en mi corazón. Lo he estado revisando recientemente después de leer El escándalo del siglo, una colección de su periodismo recientemente fue traducida al inglés por primera vez.

Una calle en el centro histórico de Cartagena. Foto: Annalee Giesbrecht

Para aquellos que solo conocen a García Márquez por su ficción, les puede resultar una sorpresa saber que él se consideraba un periodista y el escritor más racional y objetivo, y no solo al comienzo de su carrera, sino a lo largo de su vida. A medida que revisaba sus piezas y columnas reportadas en El escándalo del siglo, para mí se hizo evidente lo que él quiso decir cuando describió a sus libros de ficción como libros periodísticos. Las escenas que reconocí de sus novelas aparecieron en reportajes y artículos de opinión en Colombia, Italia, Francia y México. Lo que supuestamente se había formado dentro de una imaginación fértil, después de tantas cosas que han ocurrido, ya no me sorprendía leerlo en su colección. Como él mismo dijo: “no hay una sola línea en ninguno de mis libros que no tenga origen en un evento real”.

Quizás tampoco me sorprendí porque ya no soy la estudiante universitaria de veinte años, acurrucada en un apartamento de Winnipeg con Cien de años de soledad o Amor en los tiempos de cólera. Ya he pasado mucho tiempo en el querido Caribe de García Márquez; y ahora entiendo un poco más sobre el amor y aún más sobre la cólera. Ya no me parece tan extraño que una lluvia de pequeñas flores amarillas pueda cubrir una ciudad después de la muerte de su fundador, o que una fina lluvia de flores de jacarandá púrpura caiga fuera de mi apartamento en la Ciudad de México. Ya no me parece una exageración el hecho de que pueda llover durante diez años después de una masacre de trabajadores de plantaciones, especialmente ahora que he visto las lluvias durante la temporada de huracanes y entendiendo ya la historia de la United Fruit Company en América Latina.

Un jacarandá floreciendo en la Ciudad de Mexico. Foto: Annalee Giesbrecht

La escritura de García Márquez es un reflejo exacto de un mundo que es mucho más extraño de lo que creemos. Hasta sus inventos más extravagantes no son más que ligeros adornos literarios. Él se describe a sí mismo como un lector completamente literal y, pues podríamos suponer, que también un escritor literal. “Nunca pensé que los novelistas quisieran decir más de lo que dicen”, escribió, quizás de hombros caídos. En un ensayo titulado “Algunos pensamientos adicionales sobre literatura y realidad”, relató la frustrante experiencia de intentar crear un personaje que sea un dictador latinoamericano verdaderamente fantástico para su novela El otoño del patriarca.

“Cada paso fue una decepción. La intuición de Juan Vicente Gómez fue mucho más penetrante que la previsión. El doctor Duvalier, en Haití, exterminó a todos los perros negros del país porque uno de sus enemigos que intentaba escapar de la persecución del tirano, se escapó de su condición humana y se convirtió en un perro negro. El Dr. Francia […] cerró la República del Paraguay como si fuera una casa, y solo dejó una ventana abierta para que llegara el correo. Antonio López de Santa Ana enterró su propia pierna con espléndidos ritos funerarios. La mano cortada de Lope de Aguirre navegó río abajo durante varios días, y aquellos que la vieron pasar retrocedieron horrorizados, pensando que incluso en ese estado la mano asesina podría blandir una daga. Anastasio Somoza García, en Nicaragua, tenía un zoológico en el patio de su casa con jaulas dobles: por un lado había bestias salvajes, y por el otro, apenas separados por barras de hierro, sus enemigos políticos estaban encerrados … “

La lista continua.

Durante el Carnaval en Haiti, no es raro ver escenas y personajes que representan los militares y dictadores de la historia del país. Foto: Annalee Giesbrecht

Me sorprendió como García Márquez logro transmitir desconcertadamente en esta lista lo extraño del comportamiento dictatorial, especialmente cuando pienso en Haití, ya que empecé ahí mi trabajo con CCM. Haití sufre una serie de problemas sistémicos tan arraigados, tan permanentes que incluso los humanitarios más idealistas a menudo abandonan el país cínicamente hastiados. En su libro sobre los esfuerzos fallidos para reconstruir Haití después del terremoto de 2010, el periodista Jonathan Katz escribe:

“En los años previos al terremoto, los extranjeros a menudo hablaban de dos formas de “arreglar Haití “. En la primera, las potencias occidentales construirían un nuevo país pieza por pieza: carreteras, vecindarios, agricultura, industria, policía, legislatura, etc. en. Esta visión fue apodada “el Plan Marshall”, después del esfuerzo multimillonario de Estados Unidos para reconstruir Europa occidental después de la Segunda Guerra Mundial.

La segunda fue una broma aún más grave: lanzar una bomba nuclear y comenzar de nuevo.

Los escenarios eran dos caras de la misma moneda: la idea de que solo una fuerza externa transformadora podría resolver Haití. Esta postura nació de la impotencia que los trabajadores humanitarios sintieron al enfrentar problemas aparentemente sencillos, solo para descubrir después que docenas de problemas interrelacionados hacían imposible resolverlos por si solos”.

Justo antes de llegar a Cartagena de vacaciones, visité la pequeña comunidad de Pichilin en la región de Montes de María en la costa atlántica que, durante los peores años del conflicto armado colombiano, fue víctima de una masacre en la que 11 personas fueron asesinadas por los paramilitares. Los sobrevivientes huyeron, y cuando regresaron, encontraron un paisaje seco sin vida y un tejido social destruido por el trauma. Que difícil imaginarse que tanta devastación podría terminarse alguna día.

Flores y plantas ornamentales en Pichilin. Foto de CCM/Annalee Giesbrecht

Hoy, Pichilín todavía enfrenta problemas abrumadores: a medida que cambia el clima, el agua se vuelve cada vez más escasa, y las reparaciones prometidas por el gobierno colombiano después de la violencia han tardado en llegar. Pero ahora, es una comunidad donde se está procesando el trauma y, de forma lenta pero segura, el tejido social se sigue reparando. Parte de la reconstrucción de la comunidad ha sido, literalmente, gracias al arraigo y a la cosecha: ahora tienen un concurso anual de jardinería, en el que los miembros de la comunidad llenan sus casas y patios con flores en un esfuerzo amigable para embellecer a sus vecinos. Ricardo Esquivia, director del socio de CCM Sembrandopaz, que acompaña a la comunidad en este trabajo, describió cómo la belleza es necesaria para crear soluciones éticas y creativas para alentar a las personas.

Por la noche, me senté afuera con mis anfitriones de una comunidad cercana a Salcipuedes, viéndoles sus rostros bajo la luna llena, una luna lo suficientemente brillante como para proyectarles también sus sombras, y les recuerdo hablando sobre lo que todas las demás personas en el mundo estaban hablando: el nuevo coronavirus que sacudía el mundo, pero que en ese momento apenas comenzaba a llegar a América Latina. A medida que las tasas de infección y las tasas de mortalidad continuaban aumentando, los gobiernos de todo el mundo empezaban a discutir e implementar medidas que hubieran parecido imposibles unos meses antes: paquetes de rescate sin precedentes, cierres totales de fronteras, congelamientos de hipotecas, toques de queda, inspecciones militares, y así, la lista continuaba. De repente, estábamos viviendo en un estado de emergencia. Ya se sentía como una fuerte posibilidad.

Puesta del sol en el pueblito de La Florida, en la region de las Montes de Maria en Colombia. Foto de CCM/Annalee Giesbrecht

A medida que COVID-19 crece en América Latina y lo aparentemente imposible se vuelve cada vez más cotidiano, descubro que la visión del mundo de García Márquez tiene cada vez más sentido. No es pesimista, ni optimista, sino realista, en el sentido de que García Márquez parece ver al mundo despojado de nuestras nociones de lo que es y lo que no es inevitable, con una apertura a ser sorprendido por lo inesperado. Si nos dejamos sorprender por la extrañeza del mundo, el cinismo de los agotados trabajadores humanitarios de Katz ante la pobreza y la violencia se vuelve imposible; cada masacre, cada caso de desnutrición, se convierte en una nueva angustia. Pero lo contrario también es cierto: logros aparentemente imposibles como la paz en Colombia y la seguridad alimentaria en Haití, por improbables que parezcan, son posibles.

El simple hecho de que la mayoría de los elementos aparentemente fantásticos de la ficción de García Márquez estén firmemente arraigados en la realidad es, para mí, una fuente de tremenda esperanza. Si los dictadores latinoamericanos cuyo comportamiento extraño e improbable llevaron a García Márquez a la desesperación literaria y a describir seres humanos vivitos y respirantes, y si los bebés humanos realmente a veces nacen con una cola, o como leí esta mañana, si una mujer en Escocia puede oler enfermedades como el Parkinson y la tuberculosis antes de que se diagnostiquen, entonces seguramente es posible imaginar y lograr un futuro mejor y diferente para nuestras comunidades y nuestro planeta. ¿Por qué no? Cosas más extrañas han sucedido.


Annalee Giesbrecht es la Analista de Contexto y Apoyo a la Incidencia Política y Comunicaciones para CCM en America Latina y el Caribe.

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