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El cambio climático, en el 2019, provocó enormes consecuencias sobre la salud, la comida y el hogar de miles de millones de personas; puso en riesgo la vida marina y a una gran cantidad de ecosistemas; la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera como CO2, metano y óxido nitroso alcanzó niveles récord. Se estima una disminución, desde mediados del siglo pasado, de entre el 1 y el 2% en el inventario de oxígeno oceánico en todo el mundo. Estos y muchísimos más datos nos presenta el informe sobre el Estado mundial del Clima 2019 publicado por la Organización Metereológica Mundial.
Al año 2020 llegamos con una temperatura media mundial de 1,1°C por encima de los niveles preindustriales. En este contexto, “contamos el costo en vidas y medios de vida humanos a medida que las sequías, los incendios forestales, las inundaciones y las tormentas extremas cobran su precio mortal. No tenemos tiempo que perder si queremos evitar una catástrofe climática”, afirmó el Secretario General de las Naciones Unidas.
La seguridad alimentaria se deterioró, en 2019, en algunos países a causa de los fenómenos climáticos extremos, los desplazamientos, las situaciones de conflicto y la violencia y se estima que aproximadamente 22,2 millones de personas padecieron de un elevado nivel de carestía de alimentos. “No nos hagamos ilusiones (ni seamos indiferentes). El cambio climático ya está causando calamidades, y habrá más por venir”, afirmó el Secretario General de la ONU
En este contexto global y en poco menos de tres meses el COVID-19 se ha extendido por todo el planeta y aún no tomamos suficiente conciencia de que todo está interconectado y que somos interdependientes.
La tecnología y la rapidez de los desplazamientos humanos son un ejemplo para entender que todos los seres del universo y de la Tierra, la especie humana incluida, estamos envueltos en intrincadas redes de relaciones, que nada existe fuera de la relación. Esta es la tesis básica de la física cuántica.
La expansión y letalidad de este virus pone en evidencia que en la civilización planetaria del dinero, la certeza de que los recursos geológicos y biológicos son infinitos y que el desarrollo es el camino a la felicidad son, simple y llanamente, mitos de nuestra civilización tecnológica. Esto ya lo sabían los pueblos indígenas del planeta. Un ejemplo son las palabras del jefe piel roja Seattle en 1856: “La Tierra no pertenece al hombre. Es el hombre quien pertenece a la Tierra. Todas las cosas están conectadas como la sangre que une a una familia; todo está relacionado entre sí”.
Como especie nos preocupamos frecuentemente por las relaciones entre nosotros mismos, pero tendemos a olvidar nuestras relaciones con las demás especies. Muchos países están entrando en cuarentena total y está bien porque es una medida para detener la expansión y muerte. ¿No es, acaso, una demostración de que sólo nos preocupamos por nosotros mismos en términos de urgencia y no de importancia?
Es urgente y necesario cuidarnos y cuidar, especialmente a los sectores poblacionales más vulnerables, pero ¿qué es lo importante? Lo importante es evidenciar las consecuencias de nuestro comportamiento actual; en qué nos hemos convertido, cuál es el sentido de nuestra vida, ¿Qué es la vida?
Lo importante no desmerece lo urgente. Por eso, no podemos dejar de exigir que los gobiernos lideren el combate al coronavirus, que protejan a las poblaciones y que todos y todas, no solo animemos a buscar urgentemente una vacuna para combatirlo, sino que nos cuidemos solidariamente. Eso lo sabemos.
También sabemos que la basura nunca se elimina, sino que circula. Sabemos que la materia nunca se pierde, sino que se transforma. Sabemos que hay límites naturales al crecimiento económico; sin embargo, estos saberes no los hemos interiorizado porque nuestra cultura nos dice que los humanos dominan la tierra. Y la cultura sólo ve dinero. El avance de la sociedad se mide en número de coches y celulares vendidos. Sabemos que la injustica produce pobreza y miseria material y espiritual. Sabemos todo eso ¿Por qué no hacemos algo para remediarlo?
En general le tenemos miedo a la crisis económica que se avecina, pero la desaceleración de la actividad económica a nivel planetario en los últimos meses, por las cuarentenas obligatorias provocadas por el coronavirus, ya tiene un positivo impacto: Se registra una rápida reducción de la contaminación y del efecto invernadero en varias zonas del mundo. La concentración de dióxido de nitrógeno, uno de los contaminantes más frecuentes en zonas urbanas, disminuyó entre 30% y 50% en varias de las grandes ciudades. Tal como muestran las imágenes de la NASA tomadas desde finales de enero 2020.
COVID-19 es mortal pero las consecuencias del cambio climático, incluso los niveles actuales de la contaminación del aire, son aún más mortales. En China, por ejemplo, donde se reportan más de 3.000 hasta la fecha, mueren en promedio 1,1 millones de personas por año víctimas del “airepocalípsis”, la masiva nube de esmog sobre China.
¿Qué somos los humanos? Biológicamente somos una asociación de seres. En nuestro organismo, dentro y encima de nuestro cuerpo, viven millones de bacterias, levaduras, ácaros, hongos y otros organismos. Por ejemplo, en nuestro sistema digestivo existe, en promedio, un kilogramo de bacterias de varios cientos de especies y… convivimos con ellas.
De acuerdo a los científicos Lynn Margulis y Dorion Sagan, nuestro pasado está en nosotros mismos. “Más del 98% de nuestros genes los compartimos con los chimpancés, nuestro sudor es una reminiscencia del agua de mar y ansiamos el azúcar que suministró energía a nuestros ancestros bacterianos hace 3.000 millones de años y, por tanto, el ser humano no puede elevarse por encima de la naturaleza”.
Es urgente protegernos del COVID-19, pero también es urgente e importante tomar conciencia de que como especie humana, conformada por un poco más de 7 mil millones de personas, somos un gigantesco consumidor de alimentos, carbón, petróleo, agua, minerales, metales y silicio. Sin embargo, esta no es la razón de un potencial riesgo de desastre ecológico global. La razón es la injusta distribución de estos bienes comunes, porque es la acumulación egoísta de parte de un pequeñísimo grupo de humanos.
La presente pandemia nos recuerda que nos hemos olvidado de que el destino de los seres humanos está unido al de las otras especies, pues somos parte de la fisiología global porque cada respiración nos conecta con el resto de la biosfera.
Los humanos no podemos pretender seguir dominando la naturaleza. Tenemos que comprender que estamos profundamente inmersos en la naturaleza, que somos parte de ella, que la vida no es nuestro dominio, que somos parte de la vida. Con o sin nosotros, la vida continuará por miles de millones de años más.
Pero como somos seres con inteligencia, con sentimientos y amantes de la vida podemos cambiar el rumbo de nuestro propio destino, particular y especialmente por el derecho a la vida de quienes aún no han nacido.
Oscar Rea Campos es director de Fundación Comunidad y Axión, un socio de CCM ubicado en El Alto, Bolivia.